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con el angelical Luis Gonzaga^ los Padres hicieron un
esfuerzo digno de la madre de Dios (r), del esclarecido
vástago de los Gonzagas y de su encendido amor á la
Reina del Cíelo. Paráos bajo el arco de su entrada: es
ella un verdadero relicario, con riqueza deslumbradora,
que sí la habilidad artística no la hubiera ordenado, os
confundiría. Sobre vuestro hombro derecho veréis un
retrato de San Ignacio, que difícilmente hallaréis otro
más acabado. Parece el guardián de la capilla; diríase
que vuelve á velar las armas de la Señora, como en la
cueva de Mantesa. Arcos y capilla, desde el suelo al te­
cho llenos de pinturas; sus bruñidas paredes, con sendos
escudos de la Compañía, y no imperiales; sus centenares
de espejos limpísimos ¡ qué profusión de ellos!, todo el
espacio, pulgada á pulgada, encanta, embelesa, conmue*
ve, y... parece hecho ayer. N o se nota el tiempo pasado
desde 1767.
Ni en las capillas, ni en todo el templo, no confun*
dáis con sus adornos, {cómo es posible! los borrones
de los tiempos modernos, que tales son veintitantos cepillos,
que aquí piden para San Blas, allí para San Antonio
y allá para la «Casa de Socorro del Distrito». El
borrón y la mancha de un escrito caligráfico, cualquie­
ra comprende que no son obra del calígrafo.
Doña María de Austria, que selló tantas veces su
obra con el escudo imperial, no soñó con pedir limos­
na á nadie. Tam poco la pidieron los devotos que afianzaron
sus fundaciones con más de 70.000 duros, que la
( l ) Hemos visto la esciitura de compra de la cantera que
■dquirieron los Padres para sacar la piedra de la capilla de
Nuestra Sefiora del Buen Consejo.