1 - DSpace CEU

nazan de muerte á él y á su familia, y su familia y él
saben que se las echan de revolucionarios á la francesa,
con su regicidio y todo.
¿Hay, pues, nada más ridiculamente servil, ni más
falto de nobleza, ni más propio del vulgacho, que ese
amor característico?
Pero había de haber quien creyera que Fernando VII
recibió á esta tropa como álos representantes délas Potencias
extranjeras, confundiendo unos con otros, como
D. Quijote confundía los rebaños de ovejas con los
ejércitos de Alifanfarón, señor de la grande isla Trapo-
baña, y con los de Pentapolín, del arremangado brazo,
rey de los garamantas; quien admitiera como indudable
el cambio de odio mortal en amor acendradísimo; y con
todo eso, no sólo no creería, sino que rechazaría por
absurdo y por imposible el juramento libre y espontá­
neo á la Constitución, entre la cual y la muerte le pidieron
cien veces que escogiese.
Y aparte esa contradicción, si juró, ¿á qué vienen
esos aditamentos de la libertad y espontaneidad} ¿Es
que hay juramento sin libertad y sin espontaneidad?
La libertad, que se ha de conceder al que jura, es una
condición externa, esencial; la espontaneidad se ha de
ofrecer como nacida dentro del alma del mismo, so
pena de ser perjuro, so pena de cubrirse de ignominia.
Mas si se hace perjuro ignominioso, él sólo lo sabe y
los demás están imposibilitados de afirmarlo y de ne­
garlo. N o hay más doctrina para el juramento que la
de los Padres Astete y Ripalda. Luego fué una pitada
lo añadido al juramento prestado por Fernando VII.
Así fué la jura de Santa Gadea: los castellanos, por
boca del Cid, pidieron á Alfonso VI que jurase no ha-