1 - DSpace CEU

distinguen, ninguno sabe cuál es el suyo. Felipe III dice
con alegría que el más blando debe ser el suyo; su nieto
Carlos, contento también, advierte que blando y manso
lo tenía él; el de las comedias y comediantas calla y confía
en la Venerable de Agreda; Carlos III está muy serio,
y no da señas de su Real viscera cardiaca; Carlos
I V duda haberla tenido, y Fernando VII asegura
que su corazón era negro una mitad, y la otra un cuarto
blanco y otro lila, sin substancia dentro. Puestos á la
vista no ofrecían diferencias, y sometidos al tacto tam­
poco. Entonces dijo el fundador, Felipe III, hombre de
fe, y por ende de buen juicio:
— Tomemos uno cada uno; y si hay error, como no
hay malicia, no pecamos; y al llegar al Juicio, el Señor
rectificará y dará á cada cual el suyo y su merecido.
Carlos III y su nieto empezaron á temblar; Felipe IV
murmuró: «¡Agreda de mi alma I» y Carlos IV, ni oste
ni moste.
Salieron por la Puerta de Alcalá y siguieron camino
de Oriente. H acía de guía Felipe III, y uno tras otro,
como las gallegos que van á la siega, llegaron pronto á
Jerusalén, y vadeado el Cedron, hicieron alto á la orilla
izquierda. Se le iba el alma al austriaco mayor hacía
Getsemani, porque en vida había regalado muchas veces
su alma con dulces lágrimas, pensando en la Oración
del Huerto. El Hechizado miraba al monte Olíve­
te, porque cuando los exorcismos le daban tantos tormentos,
resistía por la esperanza de que algún día subi­
ría al cielo. Los otros miraban al suelo con los pelos de
punta y carne de gallina.
— Mater Purissima— gritó de pronto Felipe III.
— Ora pronobis—respondió su nieto, interrumpiéndole.