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mía», pero te la regalo, que tú eres pobre y á mí me<br />

sobra. ^rVives aquí?<br />

— Sí, señor.<br />

— ¿Con doña Fulana?<br />

— Sí, señor, mi tía.<br />

— ¡Ah! rae alegro, la conozco mucho; dala memo­<br />

rias del vecino del segundo derecha; pero toma, que<br />

voy deprisa; cómprate lo que quieras. Y la infeliz tomó<br />

los diez reales, y no dió las memorias á su tía. L a re­<br />

gañaría.,.<br />

Y el hombre le dió otros escudos, y la regalaba ca<br />

prichos, que ella se guardaba, y llegó un día...<br />

Se mudó él de casa, no pasó tarjetas, y poco des­<br />

pués... salió lajoven, y en catorce años no pisó la calle.<br />

Su tía indagó, preguntó á los vecinos, á la autoridad,<br />

se registró lo registrable y no pareció !a sobrina. Avisó<br />

al pueblo por si sabían de ella... nada.<br />

Vivió en el regalo y fué madre cuatro veces, sin haber<br />

conseguido estampar un solo beso en ninguno de<br />

sus hijos, que ni fueron á la Inclusa, ni tuvieron ama,<br />

ni supo si fueron bautizados.<br />

E l monstruo era soltero; su profesión lucrativa, y sus<br />

sobrinos sabían que un sér oculto les cerraba la comu­<br />

nicación con su tío. A los catorce años murió, y de<br />

cuerpo presente, aunque sin dejar que lo viese, la echaron<br />

á la calle con el vestido puesto. E l la había dicho que á<br />

su muerte tendría doce reales diarios, que no le dieron,<br />

y apretando el hambre llegó al atrio de la citada parroquia.<br />

¿Cómo no había de bendecir al párroco? ¿Y<br />

cómo no había de decir que fué víctima inocente de<br />

un miserable adinerado? Sus padres, sus hermanos, su<br />

tía, ¿no había de quererlos? Pero después de lo suce-

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