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que, si hoy es tan aborrecido como antes fué deseado,
obra es sólo suya, de su egoísmo y ruindad, que le han
hecho esclavo de los doceañístas que lo desprestigiaron
con dádivas vergonzosas, para las que hubo de autorizar
acuerdos secretos y dar Reales órdenes, sacrifican­
do á Madrid con escándalo de ricos y pobres.
¡Qué gallarda figura la del Rey de España en 1814,
cuando de una plumada pensó inutilizar el veneno que
las Cortes de Cádiz habían infiltrado en las nuevas le-
yes, y de otra concede el título de excelencia á Madrid
para premiarle lo que había hecho por su Deseado, ya
en el inmortal D os de Mayo, ya después, mientras sufrió
las tiranías del Intrusol Con piedra blanca merecía señalarse
el 4 de Mayo de 1814,
Pero, ¿quién conocía un año después al autor de los
decretos? ¿Dónde estaba aquel temple español que ahuyentó
fuera de sus fronteras á los soberbios perturba­
dores de la vida tradicional de España, que, aunque
mortecina y exangüe desde su infausto abuelo y casi
espirante en el de su insulso padre, de cuya doctrina y
ejemplos de ambos resultó él como castigo, que aún
dura, de esta Nación, prevaricadora y apóstata, después
de tantos siglos de ventura con que el cielo le premió
los méritos de su fe y los sacrificios de su caridad
para evangelizar á tantas gentes bárbaras y salvajes en
Asia, Africa y América? Un siglo parece que distan
entre sí el 4 de Mayo de 1814 y el 9 de Marzo del
año 1820. ¿Y después? ¿No une cruel cadena de infortunios
aquella fecha de la insurrección de las colonias
de América con la del protocolo de París en 1898, que
nos echó del Continente Nuevo que descubrimos y civilizamos?