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San Isidro prisionero de los jansenistas para
que les ayude en la batalla contra San Fran­
cisco Javier y su madre, la Compañía. Es un
duelo á muerte.
Si es u n i triste verdad que «allá van leyes do quie­
ren Reyes ®, también lo es que « al fin de los años mil,
van las aguas por do solían ir ® ; y cuando los Reyes
son como deben, restauran los cauces ó acueductos antiguos.
Si Carlos III paso el mote de «San Isidro el Real® (i)
á la iglesia del Colegio Im perial, erigida en honor de
San Francisco Javier, y aún dura la ley impuesta por la
voluntad despótica é impía de aquel Nerón borbónico.
Dios, que es paciente porque es eterno, y que ha probado
tantas veces con milagros estupendos, que le
complacen las súplicas elevadas hasta su trono por los
devotos, ya del criado de Ivan de Bargas, ya del Apos-
toi de las Indias, el día menos pwisado pondrá las co-
( l) , oímos decir una maCana á Cas-
telar que, devocionario en mano, se metía en un simón.
Era cuando, pedida infantería, caballería y artillería en sustitución
de la igualdad, libertad y fraternidad, se hizo canónigo
honorario del Cabildo catedral, haciendo á Dios el honor de
entrar en su santa casa y que las gentes hablasen de él.
«San Isidro el Real»; [ bastante le importaría al Santo el motel
Se lo regaló la fatuidad soberbia de Carlos 111, En cambio,
Felipe II, que tomó á pechos su canonización, lo quería como
era, jornalero del campo, y hacer al criado de Ivan de Bargas
patrono de su corte, reina entonces del mundo. | Cuánto más
grande es, pensaba este Rey cristiano, Isidro que yo, á los ojos
de DiosI
hidorus Agricola le llama la Iglesia, que discurre mejor que
Carlos III y que el petulante catedrático.