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ción aquel hombre, de cuya santidad no dudamos, 6
por lo menos, confiamos, se ocupará algún día la Iglesia,
y se explicará fácilmente que no se nos ocurriera
que para ser buen Director había que hacerse canovis-
ta. ¡Maldita revolución! ¡Pobre España, que ni aun la
Restauración le abrió los ojosi
Se reconoce el derecho del rey proclamado por el
de su madre, ¡su pobre madre! ¡su irresponsable ma­
dre, ultrajada y desterrada!, mientras se abren los brazos
á los responsables qtie la ultrajaron y desterraron.
iCómo hablamos de ser políticos}
Vienen elecciones; Romero Robledo se presenta candidato
para diputado por Madrid, y empieza el jaleo.
N o habíamos votado en la vida, y... no votamos, ni á
Romero, ni á Salvia, ni á Tomillo. ¡Qué habíamos de
votar!
Era Alcalde Heredía Espinóla ( i), que dijo al Secretario:
cite usted á la Comisión de Beneficencia, que hay
que hacer movimiento en el personal. E l Director de
San Bernardino, cesante. En su lugar, el médico, etcétera,
etc. El primero no ha votado; el segundo ha presidido
una mesa, etc. No sucedió; lo arregló Toreno. En­
tonces comprendimos que la credencial nos había hecho
esclavos. Y dijimos; mientras dure la esclavitud, si
( i ) Otro golpe de la política; el Conde sería todo lo caballero,
todo lo buena persona que se quiera, no lo pondremos en
duda un momento, pero para Alcalde primero servía como para
Arzobispo.
Vino un día al Asilo, y ordenó un cacheo.
¡Quépalabrotas! ^Cac^o aquí? Pero era amigo de Martínez
Campos, y... podía tomar el Asilo por un presidio. Y se encontró
cuatro ó cinco cucharas de acogidos que no querían comer
más que con la suya.