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dando que aquel tribunal no pudiera prender á nadie de
ningún estado, alto ó bajo, sin previo beneplácito y
consentimiento del rey, orden que estuvo firmada, pero
que, por nuevas intrigas, dejó de tener efecto.> (2)
Cien zapatetas y doscientas tumbas debieron hacer
en los infiernos alrededor de Carlos y III sus ministros
los colegas de Satanás, al ver el triunfo alcanzado de
Carlos IV y de Godoy, por los emisarios que un día ins­
piraron á su padre y á sus servidores las ideas aquellas,
con que las ciencias prosperarían y España alcanzaría el
mayor engrandecimiento, viendo ahora á U Inquisición
inutilizada por el favorito, y al anarquista Salas haciendo
mamolas al Santo Oficio.
L a revolución es siempre cara, y á medida que avan.
za, va imponiendo sacrificios, sin detenerse un punto á
mirar las consecuencias. La primera suele ser la pérdida
del crédito y el aumento de la deuda; y ésta el pretexto
para aumentar los pagos y apelar á imposiciones violentas.
Carlos III, después de agotar los grandes caudales que
heredó al suceder á su hermano Fernando VI, y traer á
España ála miseria con guerras y alianzas sin gloria y sin
provecho; no bastando rentas y contribuciones para los
enormes gastos, que la soberbia de creerse un monarca
grande no le consentía cercenar, encontró hasta ex­
plotable el odio á la Compañía; pues sus ministros y
todo el regalismo de su familia le aseguraban que el rey
es el Estado, y por lo mismo, que la ley debía ser su
voluntad. Por consiguiente, si mi gobierno y teólogos
(2) L a f u p n t e , Historia General de España, parte III, libio
IX , cap. VI.