1 - DSpace CEU

Momentos hubo de extremecerse las mesas, chirriar
los vasos, y corrieron peligro de apedrearse con ellos
los electrizados comensales. ¿Y cómo nó, si el hombre^
convulso y casi fuera de sí, excitado con tanto aplauso,
y en momento oportuno y feliz, mostró á la faz de
todos la trenza incombustible que llevaba á prevención?
¡Bravo! jSoberbioI ¡Viva! fué la expresión de todos en
arrebato general que acabó la perorata.
Se hicieron corros y muchos comentarios.
Alguien, ya en calma, hubo de preguntar cómo pudo
aquella trenza quedar ilesa en aquel brasero de sesenta,
pies de largo y otros tantos de ancho, donde se hicieron
ascuas ciento y más arrobas de encina, después
de quemar el cuerpo cuya era la cabellera, y sin hacer
ceniza la cuerda ó cinta con que estaba atado e\
moño.
La ciencia del hombre lo explicó todo, con tanta facilidad
como dos y dos son cinco; y con esto dió otro
repaso á la ignorancia y crueldad de nuestros abuelos
y de... los suyos.
Como Madrid, España quedó estupefacta. Es decir,
la Nación n ó ; las redacciones de los periódicos, con
eso que leían en los de la cuerda de M adrid, de la
trema incombustible. Sí; curiosos hubo y maleantes
que pidieron notas de si era rubio ó negro el pelo; sí
era de mujer joven ó vieja, ó qué edad tendría la re­
lapsa; lo que podría inducirse por las pocas ó muchas
canas que peinara, y aun si se notaba alguna señal de
calvicie.
jDemonio de trenza, lo que hizo cavilar! ¡Y cuánto
sabríamos á haber abundado maestros de Tricología,
como Echegaray, que sin duda por haberse calen-