1 - DSpace CEU

á todo el que llega á aquella puerta; pero que alardeaba
una y cien veces de su profesión ú oficio de labrador,
que era para él la profesión más noble, el oficio más
honroso, después del de los ministros de Dios en el
claustro y en el mundo, aunque estimaba mucho la toga
del magistrado y la espada del guerrero, ¿qué había
de ser de mí al tener once ó doce años? Pues tomar mi
yunta y hacer lo que todos: arar y cavar campos y vi­
ñas á su tiempo, y segar, trillar y vendimiar en el de
la recolección.
iQué lejos de mi cabeza la existencia del Archivo de
Madrid!
Dos veces recuerdo que me invitó mi padre á que
me fuese á estudiar. Aún asistía entonces á la escuela y
no acepté la proposición. Pero el carácter ya debía estar
formado, según el hecho siguiente: íbamos á comer
uvas una tarde á unas viñas próximas otro chico de mi
edad y yo; tendríamos de diez á once años, y teniendo
que pasar el río á vado empezamos á descalzarnos.
— Mira— dije yo á mi compañero— no te descalces,
que yo te pasaré.
— N o te descalces tú y te pasaré yo— contestó él.
— Me repugna convertirte en mi cabalgadura.
— ¿Y será de mi gusto que tú lo seas mía?
N o hablamos más; arremangado el pantalón y el
calzado en la mano, el uno tras del otro, llegamos á la
otra orilla, y después, y muy pronto, escogíamos los
racimos á nuestro gusto. ¿A qué decir lo que pasaría
en el campo, en la huerta y en la era hasta^umplidos
■quince años? Baste saber que cuando oigo hablar de la
Siberia y de la zona tórrida, me duelo de los regadores
de Rusia y de los trilladores del Ecuador. Y basta de