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pequeños, baste decir que la mayor parte tenían un solo
apellido. No eran los viejos queridos de sus hijos, ni los
jóvenes de sus padres, y los niños estorbaban á sus
madres, que no se enmendaban.
La libertad de los restauradores.
Decía D. Santiago Masarnau, que la política de los
conferentes, cuyo carácter nos llevó al Asilo, estaba en
las guardillas y sotabancos, en las porterías y subterráneos,
y que las almas bien templadas podían sublimarla
en los hospitales, en las cárceles y donde hubiera tristezas
que consolar; y no admitiendo San Vicente de
Paul como buena la discusión ni sobre la internacional,
demás está decir que aconsejaba huir como de una
peste, de la que años y años prevalecía en España.
Muy poco tomamos de la vida ejemplar y caridad
siempre encendida de aquel santo varón; pero en este
punto merecíamos nota de sobresalientes; pues al tomar
la credencial de regeneratores pauperum, no ha­
bíamos visto una mesa ni un colegio electoral. Ni se
nos ocurrió semejante peligro. Para nosotros, tan honrado
era Cánovas vencedor, como Sagasta ó Serrano
vencidos, todos peores.
Y pareciéndonos que los partidos eran partidas, y que
los hombres públicos en su estimación se correspondían
con las mujeres ídem , sentíamos repugnancia á hacernos
solidarios de sus hechos. Agregúese á esto el poderoso
ascendiente que sobre nuestra alma tenía, por
sn virtud acrisolada, por sus ejemplos y vida de perfec­