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duro y violento de Lafuente es el Sr. Fernández Iba-
rra, que escribió y firmó el acta del juramento, y los
tristemente célebres é insidiosamente falsos son Baranda,
Aranda y los compañeros, que la dieron como buena,
y se empeñaron en que prevaleciera su testimoni
como verdadero, hasta que por el del mismo Barands
se descubrió la superchería, dejándola enterrada ent
expediente que dijimos al principio temíamos desapa
reciese, con lo cual la mentira seguiría reinando e:
adelante camo ha reinado hasta hoy.
Muy expuesta estuvo, y gran peligro corrió de dís
cubrirse la superchería: aquellos apoderados del pueblo
pusieron en aprieto al Ayuntamiento, resistiéndose ésK
á dar las certificaciones que le pidieron de su intervención
en el acto del juramento; pero después de echa
sus solicitudes primeras al cesto, no pudiendo resistí
su insistencia, les certificaron su intervención, agarrán­
dose á lo que había certificado el Srio. Ibarra, y así sa*
b'eron del paso, sólo con la vergüenza que parecía cao-
sarles la prcóencia y la participación de tales personaje
en tal acto y en tal sitio... en la Sala de EmbajadoreSi
en Palacio, rindiendo al Rey...; pero, al fin, sólol®
certificaron que asistieron al acto en que S. M. juróli'
bre y espontáneamente la Constitución.
De manera, que nadie en adelante podría negarlo
contradecirlo. A quien tal osara, el acta lo confu“’
diría.
Y , sin embargo, el día y el osado llegaron, y el acta-
xesultó... ^un ejemplo de insidiosa f a l s í a * àìcel^
fuente, pero contra lo que afirma Lafuente. Mas c®
adelantemos; sigamos día por día lo que hicieron aqn^
líos revolucionarios y aquel Rey, que, si no fuera