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que la brutal mano del enemigo había arruinado y
arrasado sus dos casas: San Gil y San Bernardino (i).
Ese brutal enemigo era Murat, cuñado y lugarteniente
de Napoleón, que á traición se había apoderado de
media España; con engaños había introducido en Madrid
cincuenta mil hombres, y alevosamente derramó
torrentes de sangre española el 2 de Mayo, i8 o 8 , pagando
así el buen recibimiento que se le había hecho,
y mientras se preparaban grandes fiestas para recibir al
Emperador. Y dice el buen fraile, que se debió á «la negra
calumnia ó al fingido pretexto de que el primer
tiro contra los franceses el Dos de Mayo había salido
del Real Convento de San Gil (2}; que aquella noche
allanasen el convento algunos oficiales, y que derramaran
su sangre algunos religiosos, por resistir las deman*
das bestiales» de tales bárbaros.
Esta cita del padre Guardián debió herir la parte
aludida de Fernando VII, que anuló los sofismas de los
procuradores, siempre opuestos á peticiones semejantes,
como hemos visto. Y reflexionando sobre el efecto
producido, nuestra imaginación nos ha ofrecido al Rey
mirándose por dentro y como si contemplase su Real.....
no suena bien..... la Academia lo define «intestinos, et-
(1) D e San Bernardino creemos que sólo demolería la parto
de occidente, á la izquierda de la iglesia.
(2) Este descargo del p a d r e guardián, tratándose de hostilizar,
no ya á un enemigo de la patria, sino á un ejército de
traidores, agasajados á pedir de boca, porque los Reyes y G odoy
habían creído que las felonías del Emperador eran ofrecl-
tnientos de un caballero, ó indica un alma demasiado escrupulosa,
ó un religioso de pocas ttulogías, como diiía Santa Teresa.
iOjalá hubiera salido una bala, pero certera, para cada gabacho
yaigunas de refacción, certeras también, para los afrancesadoi^