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on hogares que causaban más tristeza que otros completamente
vacíos. Dónde, quedaban huérfanos sin padres
que les diesen de comer; dónde, ancianos inválidos
sin apoyo; dónde, tullidos y enfermos, sin pan y sin
consuelo, que alarmaron á sus convecinos, llamaron la
atención de los alcaldes de barrio, pusieron á los facultativos,
Juntas y Autoridades en la precisión de atender­
los, y recogieron de todos los distritos 150 desgraciados.
Buscando donde albergarlos, escogióse el Hospicio,
que los iba á recibir mediante el abono de dos
reales por persona diarios; y ya allí los de dos distritos,
y próximos á entrar los de los demás, una resolución de
la Junta, sin contar con el Corregidor, disgustó á éste,
que pidió á la Reina Regente un convento para el caso;
y María Cristina le dió una Real orden mandando que
los frailes de San Bernardino se bajasen á San Cayetano,
y que reemplazaran á los frailes despojados los desgraciados
que la peste dejó sin consuelo.
H e aquí otro punto negro, otro síntoma alarmante
de la gangrena que corroía las entrañas de la sociedad,
formada en aquellas universidades saturadas del
regalismo jansenista de Carlos III, extremado por Godoy
y vigorizado con el utilitarismo de Bentham, cuyos
discípulos sobresalientes fueron Toreno, Calatrava y
Argüelles, el divino, que representan á toda aquella generación.
T o d o estaba podrido.
Sí; eso dice claro la Real orden que acabamos de citar,
si se considera que es asunto ejecutado por el consejo
dado á la Reina Gobernadora, no por un Corregi­
dor de esos que lo son por su mote heredado, ó adqui­
rido para hacer aristocráticos unos millones, quizas