1 - DSpace CEU

Verdad es q ue en aquellos críticos momentos, desde
que salvó la línea que separaba la patria enemiga de la
patria amada, abandonada la prisión para ocupar el trono,
se necesitaba un hombre de cabeza privilegiada y un
corazón de alientos extraordinarios; y el hijo de Carlos
IV ni tenía privilegios en la cabeza, ni generosidad
en su pecho. Difícil sería encontrar el hombre necesario
para entonces en la larga galería de reyes españoles;
acaso un Alfonso X I de Castilla, un Batallador de Ara­
gón ó Pedro el del Puñalet, que supo rasgar el Privilegio
de la U n i ó n , m á s noble que el perturbador
de Cádiz; acaso, acaso, aquel que llaman Hércules
nuestros paisanos, del cual, con ser la empresa hercúlea,
quizás hubiera sobrado la mitad. Nos enamora,
aunque nos espanta, D. Juan II. De éste no se hubieran
burlado los doceañistas, ni los hubiera habido.
Pero tan extendida estaba la peste aquella, que apenas
se libraron todos los que llevaban cicatrices de las
balas francesas, ó habían sacrificado su casa y su fortuna,
ó perdido padres, hijos ó hermanos, contra los traidores
soldados del capitán del siglo.
La astucia había seducido á casi todos.
Ligeras citas convencerán al lector de esta inverosí-
n^il verdad. Se lee en el acta del Ayuntamiento del
día en que huyendo los franceses, entraban los aliados
®stas noticias:
tCorao las subsistencias amagaban escasear y la tro ­
pa se desmandó tanto que entró en varias tiendas de la
calle Mayor á robar, pasaron dos individuos de la Municipalidad
á verse con el general H ugo, y consiguieron
que mandase salir patrullas.*
«Amaneció el miércoles 12, y con él la alegría y la