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Como en 1814 ya era oficial y corriente la mentira inventada en el siglo xviii, que aún dura, de que Felipe III sólo pensó en fundar conventos, el bueno del Guardián así lo estampó en su petición á Fernando V li. Pretendían los dichos historiadores desautorizar la fe de los Austrias para autorizar el regalismo de los Bor* bones. Así, fingieron y explotaron que la moral laxa de Fernando Vdió vida al
jY qué notable es el paréntesis de excepción que ha- "cen con Felipe IVI Para éste no hay motes ni calificativos deprimentes. Aquella monarquía tan vasta y tan temida de todo ei mundo, en cuyos dominios nunca se ponía el sol, continuó íntegra, sin menoscabo, con los mismos para lelos y meridianos durante los veintitrés años del rey adorador enamorado de la Inmaculada, que vilipendian; y todas las trompas de la fama no bastan á cele brar las glorias de su hijo, entregado á las comedias y á las comedíantas, mientras se pierde Portugal y amenazan emanciparse Cataluña, Nápoles y Milán. ¿Que hubo escritores brillantes en su tiempo? Pero ¿lo eran más que Mariana, los Luises, Santa Teresa, San Juan de la Cruz y Cervantes? Además, ¿la pureza y castidad d e Felipe III habrían servido menos que la lujuria y desenfreno de Felipe IV , para que levantasen el vuelo los genios de su reinado? ¿Y no fué mejor la paz del tiempo del padre, que las guerras del reinado del hijo? Sin embargo, este es el único Austria aplaudido en nuestro siglo. Q ue se atribuya á Felipe III, como cosa de su tiempo, la fundación de San Bernardino, y que luego la utiliza se en San G il, cerquita del alcázar, nos parece tolerable. Y que en su tiempo, quizás más, ó á lo menos tanto, que en el de su padre, se hiciesen bastantes fundaciones, era tan natural, que lo contrario resulta moralmente imposible. T a l era la atmósfera, tal el am biente, y, si nadie se libró del suyo aunque sea malo y aunque se empeñe en resistirlo, ¿qué ha de suceder cuando todas las circunstancias lo abonan, r e c r e o - dándolo, fomentándolo y viendo en él la grandeza de
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