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la Compañía, y llena de oro sus altares. Así se engrandece
á los pueblos. Carlos, rey de España, aumenta la
suya con los millones de los jesuítas; invade sus templos
y sagrarios, y sustituye el oro con el oropel. Así se
explota y envilece á los vasallos.
Por eso este monumento espera y esperará á San
Francisco Javier; y por lo mismo.....no está contento
en él «San Isidro el Real> , que desea irse á su riquísima
y hermosísima capilla que la piedad de Madrid, de
España y del mundo erigió en la parroquia de San Andrés
á «San Isidro Labrador».
Y así como en su actual, violenta y no querida residencia
no se halla detalle alguno que se refiera á él,
salvo los postizos, vulgares y baratos que inventó la hi­
pocresía de Carlos III, y los instrumentos de su tiranía,
para aplacar el coraje del pueblo madrileño, que protestaba
contra el abandono del mejor de sus templos y
del fervoroso culto que en él se daba; en la erigida
para darle culto, donde Dios quiere que se le dé, jun­
to á su sepulcro, en su parroquia, entre sus convecinos,
hay tanto detalle, tanto recuerdo de su vida y de su
oficio, de sus virtudes y milagros, que así como su actual
prisión, no dejará de ser templo de la Compañía y
de San Francisco Javier, hágase lo que se quiera en él
y modifiqúese como se modifique, mientras no se le
destruya; del mismo modo, la magnífica capilla de la
parroquia de San Andrés dejará de ser de San Isidro
Labrador cuando echen abajo sus muros, quemen sus
adornos y subviertan sus cimientos. Aquellas labores de
los marcos de sus puertas, recordando los frutos del
campo, sartas de legumbres, cestos de frutas, gavillas
de mies, y otras semejantes dentro; la compañía de san­