1 - DSpace CEU

ciamos el cargo, por lo que algunos dijeron: «el Direc­
tor está loco». Que es la tercera cosa explícita de que
ofrecimos hablar al principio de estas páginas.
Cuando aceptamos la Dirección, ni sospechamos que
entregábamos nuestro libre albedrío, nuestra libertad.
íQ ué inexperiencia!
En fin, que quedaron en el Asilo todos los que vivían
en aquel estado de desorden, que el conde de To-
reno quiso que desapareciese, y para lo que me buscaron
á mí. Si fuera hoy, diría: ó se quita á todos los que
han respirado esta atmósfera sin asfixiarse, ó busquen
ustedes otro, que yo no me embarco con este gente.
N o lo pensé; jsería cándido!
Viene el nuevo Comisario y habla con todos, menos
con el Director. jCosa más raral ¿Por qué hará eso? A
los tres días se va á Alcalá con el Interventor, y lo supimos
á su vuelta. ¡Hola!, esto es algo. Vienen cuadrillas
de albañiles, carros de cal, de ladrillos, de maderas,
y pasan la puerta sin permiso.
— Portero, ¿qué gente es esa?
— Dicen que los envía el señor Comisario; vea usted
el volante.
— jHola, hola, hola!
N o había venido oficio de haber el Ayuntamiento
acordado hacer tales obras.
fué RomanoDes, ¿quién sabe si andando los tiempos alguna hija
de Figueroa tendrá que hacer y habrá de experimenUr lo q iC
Vicenta Vizcaíno á los setenta y siete años de su vida?
Dios no envejece, ni suele olvidar á los perseguidores de hijo»
tan ñeles como Sor Andrea Lumbier.