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bien, que si el primer canto es de 5 de Abril de 1817^
á la mitad del embarazo de S. M., sin duda que, antes
de alborotar el corral, se meditó y consultó si conven*
dría cantar antes, ó sea cuando D.* Isabel pasó dos lunas
sin las novedades que todos los meses suelen sen*
tir las pubertas. Es decir, que allá por Febrero de este
año, se despertó en la Señora el deseo que se hizo pú*
blico en la fecha que ahora veremos. Y, sin duda, se
debió á que en la parte de la península que llaman Por­
tugal, sucede lo que en la nuestra, que llamamos Aragón.
En los demás, quizás suceda también lo mismo;
que las mujeres embarazadas suelen apetecer algo, y
este algo hay que dárselo, so pena, dicen, de que el
feto venga al mundo avergonzando á su madre porque
quiso tal ó cual cosa que no era suya, y en castigo de
no haber reprimido su desordenada voluntad. Dios señala
á sus hijos en la cara, en el cuello, en un carpo
ü otra parte del cuerpo, casi siempre en las visibles, con
la figura del objeto apetecido. Si se lo dan, la criatura
sale sin mancha... de antojo. Como salió la niña nacida
el 21 de Agosto de 1817.
Y puesto que, como vamos á ver, la reina quería un
palacio, si no se lo hubieran dado, ¿qué figura lo hubiera
indicado en el cuerpo de la infanta? ¿Alguna escuadra?
¿Alguna torre? ¿Arco? ¿Puerta? Dejémoslo, que
ftl fin no es ley fija de la naturaleza, porque previó, sin
duda, el Señor, que si la daba, según suelen ser las
mujeres, no habría apenas sér humano que no resultase
hijo de mujer antojadiza.
Mas á pesar de todo, y por encima de todo, el iris de
paz y astro de benéfico influjo, que dice la Historia hecha
ad usupi D elpkinis, D .‘ Isabel de Braganza y Bor-