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querían, como Floridablanca. cortar toda comunica­
ción con los franceses porque no contagiasen á los es-
Dañoles; y el de Aranda no queiía alianzas que lleva-
Len nuestros soldados á la nación vecina, también para
ívitar el contagio. Pero no modificaron las leyes de en-
Beñanza, sin duda para que la irreligiosidad bajase de
kas Universidades, sin pasar por los cuarteles militares
ai por las aduanas de la frontera.
Viejos ó inútiles, ambos cayeron y ¡otros tiemposl
íuerto su rey, fueron al destierro, sin pena de las gen­
tes y sin realce las víctimas.
GOD OY
Otro vendrá que bueno me hará. Cerca le anduvo de
ser echada de menos su funesta conducta con la funes-
ísima de Godoy. Joven éste, casi imberbe, no podía
alcanzar simpatías que machacasen las memorias de los
lotros. Subió además sin méritos, sin tiempo y con un
jfavor que aumentaba la antipatía. Y no era antipática
persona, y más correcta y esmerada en la alta sociedad,
J quizás de más talento que los otros, sin ser cosa no-
Itable. De malas ideas y peores costumbres, no había de
curarse de mejorar las públicas. Se le acusó de ateo,
de bigamo y de otras cosas. Se vió en apuros y se
acordó de que Carlos III se sirvió para ellos de todas
ías propiedades y rentas de los jesuítas, y del oro y la
plata y pedrería de sus iglesias, sin dejar por eso de
llamarle la gente católico y piadoso, sobre todo pía-
ioso, por la dulzura que empleó en la expulsión de los
’’ adres y en la adquisición de sus bienes.