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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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101<br />

Trátase del fornido teniente de la reserva que en la noche de la tempestad le hizo guardia de<br />

navaja al salva-vidas. Con la contera de un garrote, toca el hombro del negro. Va en un car.<br />

1o para, ya pasado.<br />

-¡Hola mi capitán, a la orden! Digo que si no ha almorzado usted, pregunte por el... Hotel<br />

Europa. ¡Tenga la tarjeta!... A mí no me la vuelven a dar de misas, ¿sabe?... Le pregunté al<br />

sobrecargo. Intérprete y todo. ¡Da gusto! Aquí me tiene usted como un inglés, de vuelta al<br />

buque.<br />

¿Se viene?<br />

-Gracias. Es temprano. No zarparemos hasta la tarde.<br />

-Sí, a las cinco. Pero en fin... vi antes pasar como hacia el puerto unas vaquitas, que milagro<br />

no sean para nosotros, muy cucas, con joroba... ¡yo me voy! ¿Quiere que le lleve eso?<br />

-¡Hombre! ¡al pelo!... ¡sí!.. procure que no se rompa. Es cristal.<br />

-Venga.<br />

Le entrego mi frasco, y toca al negro con la contera del garrote, arreando tras un chasquido<br />

de lengua;<br />

-¡Arsa!...<br />

Mi buen teniente se bambolea, en efecto, alegre como un inglés.<br />

Continúo. Tiro la tarjeta. Nada de Hotel Europa, que estará probablemente invadido por<br />

gentes del barco; riada de intérpretes en la bella desconocida Colombo. Querría encontrar<br />

ya, sin el estorbo del alcohol, a mis amigos, a Lucía... en cualquier restorán confortable...<br />

pero ¿en cuál?<br />

Poco después, doy en la playa. Muchas caseta-sillas, y pocos bañándose. Advierto que se<br />

halla recogida la elegante concurrencia en el amplio verandah de un TEA-HOUSE, según<br />

dice bajo el chinesco tejado. Entro y pido vermouht, ya que tiene en la mano la botella el<br />

camarero. El sitio es grato. Estoy, no obstante, harto del mar -y preferiría otro para el<br />

almuerzo. Viejas inglesas beben groods, fumando cigarrillos; otros grupos de jóvenes,<br />

charlan. Son feas en general. Largas, distinguidas... con una sosería de efebos en los<br />

rostros. Pago, salgo, y tomo a la puerta un car diciéndole al indio con el brazo en dirección<br />

a la ciudad... «¡por ahí!»<br />

El hombre-caballo ha comprendido y me interna al centro. Suda su espalda. De rato en rato<br />

cambia el trote por el paso -cuando cruza ante un cuartel, ante una pagoda india, ante un

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