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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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153<br />

-Justo,... envidias... rabias... Sin embargo; eso fue anteayer... Y<br />

en Colombo...<br />

-Ya traía la mala sangre de Port-Said, créame usted, don Enrique.<br />

<strong>Al</strong>lí bajó con nosotros... por estorbarme... ¡Y mi señora le despreció! no le hizo caso<br />

maldito... ¡él se imaginaba!<br />

-¿Ve?... Eso debe de satisfacerle con respecto a su señora.<br />

-Ah, sí, mi señora... pero es la cuestión que mi señora... ¡Ah, don Enrique!... ¡soy muy<br />

desgraciado!... Mi señora ya tenía una niña cuando... cuando... ¡Son historias, don<br />

Enrique!... ¡Yo soy muy desgraciado!...<br />

Está qué rabia por hablar del senador, por expansionarse con alguien, a plena confidencia, a<br />

plena alma, este bruto de recónditas ternuras. Pero Enrique, hábil en su extraña situación, le<br />

contiene:<br />

-Oiga -dice rápido fingiendo no haber apreciado sus anhelos-: más bien el indio... ¿sabe?...<br />

¡El indio! La cosa está muy clara...: una invención en que lo toman por instrumento de<br />

venganza contra el capitán..., rabioso el indio desde lo de su francesa... y también por él,<br />

a quien le tocó del capitán un rapapolvo... ¡Sí, el indio! Pascual repite súbitamente<br />

persuadido:<br />

-¡Sí, el indio! Y yo también exclamo en mis adentro sin dudarlo: «¡sí, el indio!». Y cuando<br />

no sé qué admirar más, si la sagacidad de Enrique o la buena fortuna que le depara un<br />

hecho sobre que apoyar con toda lógica para Pascual una desorientación, me admiran aún<br />

hasta el colmo su aplomo, primero, y en seguida la inconcebible y sandia ingenuidad del<br />

exconserje.<br />

-¡El indio! -ha repetido triunfante el húsar-. ¿No se lo dice a usted el hecho de mezclar en el<br />

cuento al capitán?... El relojero, otro cualquiera, me hubiese indicado a mí..., que al fin soy<br />

amigo de ustedes.<br />

¡Bah, bah... el capitán que apenas si les dice buenos días!... Rompa usted eso, ¡y allá que el<br />

indio se las vea si le duele su francesa! Todavía la llevan encerrada.<br />

Pascual no está convencido. Masca, mueve su gran cabeza bobina dolorosamente. Y es<br />

ahora cuando él lleva al otro polo mi estupefacción:<br />

-Mire usted, don Enrique..., si aquí dijesen que usted... ¡pse!... no me importaría, que bien<br />

sé que es nuestro amigo, y que está el día entero con nosotros, y que baja al mismo tiempo

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