Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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-Justo,... envidias... rabias... Sin embargo; eso fue anteayer... Y<br />
en Colombo...<br />
-Ya traía la mala sangre de Port-Said, créame usted, don Enrique.<br />
<strong>Al</strong>lí bajó con nosotros... por estorbarme... ¡Y mi señora le despreció! no le hizo caso<br />
maldito... ¡él se imaginaba!<br />
-¿Ve?... Eso debe de satisfacerle con respecto a su señora.<br />
-Ah, sí, mi señora... pero es la cuestión que mi señora... ¡Ah, don Enrique!... ¡soy muy<br />
desgraciado!... Mi señora ya tenía una niña cuando... cuando... ¡Son historias, don<br />
Enrique!... ¡Yo soy muy desgraciado!...<br />
Está qué rabia por hablar del senador, por expansionarse con alguien, a plena confidencia, a<br />
plena alma, este bruto de recónditas ternuras. Pero Enrique, hábil en su extraña situación, le<br />
contiene:<br />
-Oiga -dice rápido fingiendo no haber apreciado sus anhelos-: más bien el indio... ¿sabe?...<br />
¡El indio! La cosa está muy clara...: una invención en que lo toman por instrumento de<br />
venganza contra el capitán..., rabioso el indio desde lo de su francesa... y también por él,<br />
a quien le tocó del capitán un rapapolvo... ¡Sí, el indio! Pascual repite súbitamente<br />
persuadido:<br />
-¡Sí, el indio! Y yo también exclamo en mis adentro sin dudarlo: «¡sí, el indio!». Y cuando<br />
no sé qué admirar más, si la sagacidad de Enrique o la buena fortuna que le depara un<br />
hecho sobre que apoyar con toda lógica para Pascual una desorientación, me admiran aún<br />
hasta el colmo su aplomo, primero, y en seguida la inconcebible y sandia ingenuidad del<br />
exconserje.<br />
-¡El indio! -ha repetido triunfante el húsar-. ¿No se lo dice a usted el hecho de mezclar en el<br />
cuento al capitán?... El relojero, otro cualquiera, me hubiese indicado a mí..., que al fin soy<br />
amigo de ustedes.<br />
¡Bah, bah... el capitán que apenas si les dice buenos días!... Rompa usted eso, ¡y allá que el<br />
indio se las vea si le duele su francesa! Todavía la llevan encerrada.<br />
Pascual no está convencido. Masca, mueve su gran cabeza bobina dolorosamente. Y es<br />
ahora cuando él lleva al otro polo mi estupefacción:<br />
-Mire usted, don Enrique..., si aquí dijesen que usted... ¡pse!... no me importaría, que bien<br />
sé que es nuestro amigo, y que está el día entero con nosotros, y que baja al mismo tiempo