Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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114<br />
Mi silencio la mata; mas yo no sé realmente qué decirla, ni sé acercarme... a mentirle un...<br />
-¡Sarah!...¡Oh, chiquilla! ¡ahora sí!... ¿qué tiene? Su lloro aumenta. Aumentan sus sollozos,<br />
en suma desesperación.<br />
-¡Sarah! ¡Sarah!... ¿por qué llora?<br />
No responde. Se retuerce, recogida en sí misma. Y llora tanto, y gime tanto, convulso y<br />
ahogado su pecho, que yo, movido de piedad, paso a su lado, en el balcón, y sigo dulce y<br />
obstinado preguntándola, preguntándola..., tocándola al fin un codo con los dedos para<br />
excitarla a que me hable.<br />
-¿Qué tiene? ¿Qué le pasa?, Sarah... ¡Diga! ¿qué tiene?<br />
El ligero contacto hácela erguirse, electrizada..., quedándola doblada atrás contra la borda,<br />
don los hombros fuera, con los codos fuera, mirándome entre las lágrimas súbitamente<br />
contenidas... Está apartada de mí, cuanto la estrechez de la baranda le consiente... Pero yo,<br />
que he dejado el paso franco, a mi vez recogido de polo a polo frente a cha, contemplándola<br />
en una sumisa y lamentable indecisión, no sé aguantar el rayo de sus ojos sino con la misma<br />
pregunta necia:<br />
-¿Qué tiene? ¿Qué tiene?... ¿Qué le pasa?<br />
Me estremezco. La veo salvar al ímpetu de un pie el breve diámetro que nos separa y<br />
quédaseme delante, rígida, con las manos abiertas y convulsas hacia atrás... ansiando y no<br />
pudiendo proferir, tan cerca de mis ojos, lo que rompe su garganta...<br />
-¿Qué tengo? -dice al cabo bajando en fe de esclava la mirada y llevándose una mano al<br />
corazón- ¡que me muero!... ¡¡QUE LE ADORO A USTED<br />
CON TODA MI ALMA!!<br />
Parte, en seguida. Déjame asombrado, inmóvil. Su trágico ademán, que me pasma y me<br />
fulmina de centella; su trágico ademán bellísimo y terrible, en que ha puesto la niña nuevas<br />
y enteras su alma y su vida y su carne de mujer... se ha resuelto en una huida llena de calma<br />
loca y de mortal vacío que la aleja tronchada y lenta, llorando esta vez callada y<br />
abundosamente hasta salir de la cubierta...<br />
Ni ha vuelto la cabeza al desaparecer por la escalera.<br />
Nadie.<br />
Los marineros allá, descalzos, limpiando cobres con sus negras pellas de cotón.<br />
El mar desierto. El sol iniciando su aurora de roja lumbre en el oriente.