Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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El sol del Asia es un viejo rey poeta decadente: muere con más pompa que nace.<br />
Ya empiezan las nubes bajas a formar el suntuoso pavés que él pronto tintará de púrpuras.<br />
Mientras, derrámales sus miríadas de áureas flechas al mar -al mar azul, azul de talco,<br />
llano, redondo, corrido por las brisas... corrido también por sus tandas golondrinas en esta<br />
suerte de primaveral estío que nos ha brindado tras los hornos de la Arabia.<br />
Salen a bandadas sus golondrinas. Surcan ligeras, rectas, el aire, por la arista de las olas.<br />
Unas veces surgen del agua como espantadas del buque, y se alejan volando, volando al<br />
confín, para hundirse nuevamente.<br />
Otras veces chocan contra el buque. Una nos cayó ayer en la cubierta a los pies... ¡Pez con<br />
alas!<br />
-¡Jámala-ja!, Pontífice. ¡<strong>Al</strong>a-cok!<br />
Es don Lacio. Salúdame con palabras del ángel persa. Yo he logrado con mi fe formar la<br />
religión del sol, a bordo, y se me ha aclamado entre los heliófilos gran Pontífice. Lucía es la<br />
gran sacerdotisa selénica.<br />
Entre ambos exaltamos un culto sabeísta, cuyo rito se realiza cada tarde, cada noche, en<br />
esta batida abandonada. Gracias a los nuevos canapés como camas que hemos venido<br />
comprando en los puertos, aleccionados por la necesidad de dormir bajo estrellas, no hay<br />
que transportar los de la tertulia diurna para la yacente adoración a este otro lado.<br />
Van llegando los fieles.<br />
-¡Buena puesta esta tarde!<br />
-¡Buena puesta!<br />
Lucía. Charo. -Se tumban.<br />
Ha confesado al fin la cubana que no hay en Cuba tan espléndidos crepúsculos. Ha<br />
comprendido, como hemos comprendido todos, que pueda adorarse al sol en este oriente<br />
donde reina tan soberbio. Empieza el astro a ocultarse en el borde de las nubes. Van<br />
llegando el coronel y su familia, Aurora, Enrique, Pascual... el comandante...<br />
Éste ocupa el canapé inmediato a la condesa. Hablan. Han parado los dos en una amistad de<br />
cascabeles, descontados poco a poco sus lúbricos inicios. Diríase que el comandante, desde<br />
sus cuarenta y ocho años, le habla en juego de recuerdos a los cincuenta de Charo... Deben<br />
contentarse, a cierta altura, con nadas de sombra de pecado las pasiones... -porque eso