Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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Yo leo -hago que leo. No veo su cara. Huyo los ojos de este cuerpo esbelto lleno de gracias,<br />
moldeado bajo la blusa de espumilla blanca y la sencillísima falda de seda plomo. Huyo<br />
también; procuro huir de la delectación que me produce el tener un libro, algo de la secreta<br />
propiedad de ella entre las manos.<br />
Pero en vez de entender los pensamientos de Bourget (¡pobres autores de novelas, si<br />
supiesen cómo a veces se leen sus obras más queridas!), atroquelo en una voluntad de<br />
generoso descuido, que corresponde al de Lucía, este juicio hecho de todos los infinitos y<br />
menudos contentos miserables donde tal vez quiso alzarse perversa mi esperanza: «Su<br />
advertencia de que le oculte a <strong>Al</strong>berto que la novela sea de ella, y que envuelve para él un<br />
matiz de traición y de ridículo involuntarios, amargos, es prenda de intelectualísima<br />
amistad: ha comprendido que adivino su alma y que no concederé más que su justo valor<br />
noble a un ruego que tanto tiene de confesión».<br />
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Acércansenos el capitán, el cura y el médico. Vienen a darnos una noticia que nos parece<br />
absurda en esta vida de pereza y de regalo. «Ha muerto uno en tercera»; deja a su pobre<br />
mujer desamparada, y trátase de que iniciemos una suscripción en su favor. Las señoras van<br />
a ver a la viuda; nosotros, un grupo de hombres, al muerto. Se nos unen varios. Entre ellos<br />
un doctor Roque, cuyo nombre sé por la tarjeta cosida a sus sillas, y con quien yo no he<br />
hablado nunca. Amigo del filipino, sabemos de él, nada más, que ejerce en Manila hace<br />
tiempo, que es su mujer la rica india feísima con la cual y con un hijo pequeño retorna de<br />
España, y que permanece casi siempre aislado de todo trato, al lado de su esposa, bien<br />
porque su experiencia de pasajero contumaz le haga aborrecer estas chismosas tertulias de a<br />
bordo, ya por orgullo. Trátase, en efecto, de un hombre alto, seco, rígido, no viejo aún, de<br />
vivos ojos altaneros, en su rostro antipático y cetrino como de enfermo del hígado.<br />
El espectáculo del muerto, tapado sobre el lecho aún con una sábana, en el camaranchón<br />
destartalado de la enfermería de tercera, me sorprende, me contraría, como algo extraño a<br />
mis gustos.