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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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-Sí. ¡Habría de tener por fuerza este viso de imprudencia peligrosa, para los demás, en su<br />

modo de buscarme, en mi modo de recibirle... si no he de arrostrar la imprudencia aún<br />

mayor, y cierta desde luego, de recibirle en el salón, ante conocidos, o de no recibirle<br />

dejándole alejarse con la idea: de que estas cuatro paredes y esta soledad hubieran bastado<br />

al fin para hacerme desconfiar de su hidalguía y de mi nobleza!<br />

-¡Oh, Lucía! ¡Lucía!!<br />

Me estremece, me fascina de sacratísimo respeto.<br />

-¡Ahora, ni aun aquí!... ¡no hay luz! -dice indicando al techo, y guiándome.- Pase. A toda<br />

intimidad... ¿qué importa?... Dispensará un poco este desorden de hotel... Está hecho e<br />

instalado con los pies: un camaranchón donde podría efectivamente haber el gabinete y el<br />

dormitorio y el ropero que simulan los biombos; y vea la lámpara en la alcoba... no<br />

pensando quizás que se haya de recibir a nadie desde que anochece.<br />

Es tan honda la estancia, en verdad, ampliamente ventilada por tres ventanas donde penden<br />

stores de paja y seda, que el octógono fanal de vidrios perla no envía sino muy débil su luz<br />

allado allá de los biombos ni a este opuesto extremo a donde hemos entrado y donde hay un<br />

libro, sobre una de las mecedoras situadas en el cuadro de luna de la última<br />

ventana que tiene alzado el stor.<br />

Yo he visto al pasar una bañera de jaspe artificial llena de agua y de pétalos de flores..., un<br />

tocador lleno de pomos... Y sigo viendo a la luz del fanal, una de estas aparatosas camas<br />

imperiales filipinas, cuya blanca gasa recogida en el testero muestra sobre las sábanas<br />

blanquísimas los almohadones y los cilíndricos rollos también enfundados de blanco y<br />

tendidos desde la cabeza a los pies...: un no sé cuál perfume de hermana envíanle a mi<br />

corazón el lecho cuyo cuadrado dosel semeja el de un altar de pureza..., el traje, la falda de<br />

Lucía, que es toda a la luna de una casi quimérica blancura azul.<br />

-¡Qué noches! ¡qué espléndidas! -la oigo.- ¡Qué país éste de terror y de hermosura!... ¡cómo<br />

lo encontramos! En un mes, de España a aquí, hemos podido arribar sin saberlo al<br />

extranjero. ¡La guerra dicen que se extiende aún más de cuanto se dice!... El martes llegó el<br />

Álava, de Mindanao, con la mujer y los hijos de un capitán herido en Fuerte-Briones. Están<br />

en el hotel... Cuentan cosas terribles: los rebeldes sitian a Iligan, y las familias españolas se<br />

han refugiado en la costa. Por eso, <strong>Al</strong>berto, sin más remedio que marchar a su destino, no<br />

ha podido llevarme. ¿Y usted embarca mañana?

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