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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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80<br />

Tras una conferencia, cansados, le propuse a Enrique enseñar la horquilla por los corros.<br />

Diciendo que acabábamos de hallarla, preguntaríamos de quién pudiera ser, y no tardaría<br />

alguna en decir ¡mía! -que fuera como si nos dijese: «¡Yo!»... ¿No era un medio bien<br />

sencillo?... Pero Enrique aborrece en estas cosas lo sencillo y me hizo notar su riesgo: si la<br />

propietaria, que harto habría advertido la pérdida, había advertido además nuestras<br />

investigaciones, callaríase y daríase únicamente por avisada para multiplicar en adelante<br />

sus secretos... ¡sus secretos ya no pocos ni insagaces para haber podido lograr tanto<br />

misterio en la estrechez del Reus, en perfecta ignorancia del marido, de la gente que lo llena<br />

todo a todas horas!<br />

Así se supo la intención de este torpe Pascual apenas meditada; así se supo la aventura de la<br />

francesa, de máscara mejor o peor la verdad, apenas realizada.<br />

Y lo cierto es que, por exclusión, vuelvo también a la sospecha de Lucía. Desde que está<br />

llano el mar, hace revelado en el celoso <strong>Al</strong>berto un defecto más grande aún: es jugador;<br />

pero jugador ambicioso. La partida de tresillo, cara, haciéndole perder cerca de dos mil<br />

pesetas, le absorbe en el desquite. Antes, a las once subía por su mujer e iban ambos a<br />

acostarse. Ahora también, pero la deja abajo y vuelve a su partida con don<br />

Lacio hasta el baldeo... Pura condescendencia del capitán esta del tresillo, pues está<br />

prohibido jugar desde las once.<br />

¡Oh!<br />

<strong>Al</strong> menos, la mujer de este guardia civil a quien sigo aquí viendo afeitarse está descontada.<br />

Toda la torpeza de él y todo el pasado descoco de ella con el capitán, no destruyen el<br />

hecho: Pascual, que no la deja a sol ni a sombra en el día, aunque sólo sea para hacerle la<br />

muda guardia junto a Enrique, a las once y media, cada noche, con puntualidad militar, la<br />

levanta, la acompaña hasta su celda, espera a sentir que suene por dentro el picaporte, y<br />

viene a su vez a encerrarse.<br />

Fue la última observación de Enrique. Bajando anoche por la escalilla del antepuente,<br />

mientras ellos por la escalera, y apostados contra la jaula de los pavos, los vio llegar pasillo<br />

adelante y dejarla en su camarote, quince o veinte más allá del nuestro, en la misma banda.<br />

Un cuarto de hora después, Pascual, que había llegado hasta éste mohíno y cabizbajo<br />

roncaba con la rica variedad de órgano que nos ha hecho a nosotros, más todavía que el<br />

calor, preferir el sueño en la cubierta. Lo comprobó Enrique; había tenido la bizarra

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