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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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66<br />

-¡Oh, condesa!<br />

-¡Aquí ni siquiera vienen esos chicos a la mer!... a la mer!... ¡Ha visto usted, capitán! ¡qué<br />

desdicha!<br />

Sonríe, mostrando la dentadura igual y blanquísima entre los labios secos, muy rojos.<br />

Parece siempre esta mujer una de esas viejas partiquinas de ópera que aún resultan gentiles<br />

jovencitas a cien pasos. Por no responderla otro calamburesco disparate, contesto una<br />

tontería.<br />

Bajamos a comer. El capitán, con gran contrariedad de Pascual, sigue aconsejando que<br />

nadie desembarque. La ciudad, con sus casas blancas y sus calles en cuesta, no tiene de<br />

particular más que cuarteles, un cementerio y los grandes aljibes descubiertos, que recogen<br />

y guardan como tesoro, pues no hay otra, el agua de las lluvias. Suele llover cada tres años.<br />

Las nubes, aun las más ligeras, son entre tanto la más rara novedad por este cielo<br />

desesperadamente limpio... desteñido y pálido de tanta luz. El poblado indígena, situado al<br />

lado opuesto del abrupto valladar, sólo puede visitarse a caballo, con peligro de ser robado<br />

en el camino.<br />

¡Oh, Arabia deliciosa, decididamente no invitas al viajero! ¿Por qué entonces parar? Nos<br />

faltan provisiones, carbón... este carbón maldito que tragan a toneladas las máquinas.<br />

Y se engañaba la condesa.<br />

-¿Eh?... señora -le digo-, ya están ahí... a la mer!...<br />

«¡A la mer!»<br />

«¡A la mer!»<br />

Lo oímos por las ventanillas. En una aparece como un tití un chicuelo, que mira adentro y<br />

desaparece, tirándose al mar de espaldas.<br />

Una especie de Abraham inmenso, vestido con una rayada túnica verde, asoma y se detiene<br />

en la escalera, ofreciéndole al comedor estuches de joyas en las manos extendidas...<br />

-¡Jup! -grita desde el frente el capitán lanzándole arriba, como a una bestia.<br />

Y se oyen gritos, barullo, en el exterior. Es la invasión mercantil que ha empezado.<br />

Las señoras abandonan las mesas, pronto.<br />

Encontramos, efectivamente, en la cubierta la misma feria que en<br />

Port-Said, sólo que más abundante y definitivamente instalada, contando sin duda los<br />

mercaderes con la costumbre de los pasajes de no desembarcar.

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