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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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79<br />

No muestra la más leve inquietud al ver al húsar junto a Aurora...<br />

¡No es ella, pues!... La idea de que sea Lucía, sigue pareciéndome absurda, sin embargo...<br />

¿por qué no Charo...?<br />

Charo cuádrale al fin mejor a su edad, a su responsabilidad del orden, a su probable deseo<br />

de no empeñarse en aventuras de posible escándalo... -Charo es la mujer más libremente<br />

suelta del Reus.<br />

¿Por qué no, Charo?<br />

Hemos hecho con rigor nuestro servicio de espías, en las dos últimas noches, Enrique y yo.<br />

<strong>Al</strong> camarote 15 no ha bajado nadie. Ni el capitán.<br />

Sí, sí, ¡absurdo!... Mirándole yo en la mesa, no he podido concebir que una mujer como<br />

Lucía se le entregue -con sus cincuenta y tantos años, con su pelo gris... no obstante sus<br />

finas maneras y sus restos de una pasada arrogancia.<br />

«No es, no puede ser Lucía» me he afirmado mirándola también tan descuidada y<br />

noblemente serena cerca de él. Por mucha maña que quepa en el talento de una hembra, es<br />

imposible reprimir en todo momento un gesto, una furtiva mirada de gratitud, de recelo...,<br />

de afecto disimulado en la galante sonrisa con que se acoge otra pequeña galante atención<br />

de un dulce, de un helado... Y yo respondo de haberla observado bien... Lo sabe<br />

Sarah... ¡qué chiquilla!... Sí, ¡oh, qué chiquilla!, me odia, no me miran ya más que con odio<br />

sus sombríos ojos de eterna silenciosa...; ¡no podrá perdonarme jamás mi olvido, por<br />

cualquier cosa, de aquellas mis pasadas cortesías que le daban en sí misma honores de<br />

mujer!...<br />

He visto a Sarah, a la triste niña de trenza larga y falda corta, saltársele las lágrimas..., partir<br />

repentinamente de la mesa, estar leyendo sola y esquivada en cualquier rincón sin que nadie<br />

la haga caso.<br />

-Ni yo mismo. Ayer, encontrándola alejada en la cubierta, según iba yo en mi inquisición<br />

de los peinados, la he dicho inadvertidamente: «¿Qué haces, Sarita?».. Advirtiéndolo,<br />

corregí tardíamente llamándola de usted y pidiéndole disculpa... «¡Oh no, no, por qué... soy<br />

tan niña, señor<br />

Serván!...» -me replicó...<br />

Yo seguí mi busca. Pura tenía horquillas de carey, la mujer del coronel, también... pero,<br />

¡bah!... distintas, ¡y por diversas razones, es tan necio pensar que una u otra...!

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