Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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Huyo del pensamiento volviendo a contemplar el maravilloso espectáculo de fuera. El más<br />
bello del mundo -según el capitán. Encanta, efectivamente, como una magia. Conforme<br />
navegamos hacia Singapure, nos van rodeando y estrechando los islotes, los flotantes<br />
vergeles de tierra roja de coral y de fina y varia vegetación de parque. Los lagos, es decir,<br />
las extensiones de mar en que se ensanchan los canales, son verdes, verdes en su calma<br />
dilatada, verdes de un verde lívido y fantástico, como las fosforescencias de los ojos<br />
felinos. El cielo es verde, decididamente verde en su pálida transparencia de ensueño. Acá<br />
y allá, por las islas, cerca, lejos, se ven floridas colinas de la tierra de coral, por cuyas faldas<br />
bajan, entre fronda, las casitas de madera, hasta grupos de ellas sumergidos en el agua,<br />
sobre estacas... <strong>Al</strong>deas divinas... Rústicas Venecias deliciosas.<br />
Doblamos una punta, y un buque hundido asoma su bauprés y las crucetas inclinadas de los<br />
palos. Tiene por señal de aviso faroles encendidos, aunque no ha hecho el sol más que<br />
ponerse. Está así hace años.<br />
Ya había hablado de él el capitán en la mesa. -¡A su vista voy figurándome los Pascuales,<br />
las Auroras, las Charos que yacerán dentro del casco inmenso dignificados por la muerte!<br />
¡Cuántas veces el morir nos torna respetable una vida estúpida!<br />
«Excelentísima señora condesa de Fuente-Fiel»..., leería entre los nombres de los náufragos<br />
cualquier lector de periódico si nos hundiésemos; y soñaría, antes que esta bufa partiquina<br />
repintada, cualquier augusta heroína de leyenda, como D'Annunzio en sus retratos del<br />
Vinci.<br />
Vuelvo los gemelos a la proa. La rada enorme de Singapoore se desenvuelve, rodeada<br />
enfrente por más islas. Vamos siempre entre piraguas, entre blancas velas, entre vaporcitos<br />
que cruzan por todas partes. Un mar bien animado.<br />
-¿Vas con nosotras, eh?<br />
¡Oh, Sarah! Póneseme cerca, y asesta sus gemelos. Detrás llegan las damas,<br />
<strong>Al</strong>berto, don Lacio, que suben engalanados para el desembarco. Lucía trae un traje malva<br />
de crespón, y un sombrero lleno de gasas y rosas, que la hace elegantísima. Son del grupo<br />
también Pascual, Aurora y Enrique, y Pura y su madre con el teniente. Fue Sarah esta<br />
mañana en el almuerzo la que decidió pérfidamente la comida en restorán... «¿Qué, mamá,<br />
no comeremos en tierra? -lanzó- ¡estoy hastiada de esta mesa de conservas!» -«¡Sí, sí!...