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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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119<br />

<strong>Al</strong> lado de una ringlada de anchas trompas enhiestas de ventiladores, donde la cubierta de<br />

segunda se estrecha con un servicio de grúas y de botes salvavidas plegados y amarrados<br />

bajo manchas de aceite y polvo de carbón, nos detenemos.<br />

Le doy la carta. Antes que la lea, le cuento la escena del amanecer.<br />

-Y bien, ¿qué piensa hacer? -pregúntame cuando ha leído, llena de una grave admiración<br />

por la lectura.<br />

-No lo sé. En absoluto, no lo sé.<br />

-¿Usted la quiere?<br />

-¡Ah, Lucía... por Dios!... ¡una chicuela!... Además, yo... ¡una niña!... casarme, pensar en<br />

casarme... ¡tengo acaso!...<br />

-Sus afectos.<br />

-¡Es posible!<br />

Sonríe, pero con una sonrisa triste. La he dicho una verdad, y no sabría contestarla si me<br />

preguntara en dónde, en quién... Tal vez ella adivina esta misma vaguedad mía.<br />

-Bien, Andrés. Hay tres modos de contestar a esta carta: dos honrados, sinceros; el otro...<br />

disculpable al menos en su farsa... Usted puede escribirla y decirle que tiene novia, en<br />

España, en Filipinas mejor; que le esperan para casarse...<br />

-Sí, sí, ese.<br />

-No, no -me corta-, el peor, el más cruel. Una mujer, una muchacha, no se hace cargo de<br />

previos compromisos; y vería antes la rival... Y habría usted aumentado inútilmente su<br />

martirio. El segundo sería hablarle sencillamente a su padre, si usted creyese que Sarita<br />

podría llegar a ser su mujer algún día... Mas como no lo piensa, no queda, por exclusión,<br />

sino<br />

el más falso, pero el más humano también y compasivo.<br />

Calla, y yo tiemblo ante esta mujer capaz quién sabe si de toda clase de indulgencias en sus<br />

francas visiones de la vida. Tiemblo, porque su consejo siento que va a ser la sentencia de<br />

Sarah, sea cual sea.<br />

Maga peregrina, adivinadora, como siempre, deshace mi confusión<br />

-honrada, dulce, firme, formidable en su bondad:<br />

-Usted, ya que no puede alzar a sus treinta años a esta niña que tiene, después de todo,<br />

tesoros de ternura, debe, Andrés, bajar un poco a jugar con ella a los chiquillos. No se mata,

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