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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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<strong>Al</strong>ba con trinos. Las pobres aves rojas de Colombo vuelan por las jarcias. No han muerto<br />

aún desfallecidas. Nos siguen. Tienden contra el palidísimo azul sus alas escarlata... Trazan<br />

círculos, medrosas de quedarse atrás en el líquido desierto. ¡Pobres aves rojas! ¡ellas<br />

morirán,<br />

mañana, otro día, antes de llegar a nueva tierra! ¡<strong>Ellas</strong> serán los tristes juguetes de los niños<br />

a cuenta de migajas, puestas por el hambre entre la esclavitud o la muerte -en este bosque<br />

flotante que no advirtieron que las arrastraba al Océano!<br />

Paso, lentamente, mirando el ondular de estanque de las turbadas aguas. La estela se abre<br />

atrás como un abanico inmenso; le riza plumas el batir rumoroso de la hélice. El humo de<br />

las chimeneas, tendido recto como un dosel, como un suave toldo encima de la estela, tiene<br />

también el color de tórtola -de alma- de la aurora.<br />

Hay a mitad de la cubierta un saliente de la borda, en balconcillo circular, que domina más<br />

el horizonte. Se halla casi oculto entre las poleas y los blancos amarres de una verga del<br />

trinquete... Pero al acercarme... veo que alguien lo ocupa... ¡oh! una mujer... blanca, entre<br />

los cordajes blancos... negro su pelo, de un negro audaz inconfundible... es... ¡chiquilla!...<br />

¡es Sarah!... ¡Oh! la pobre niña me dio la ilusión de aquella ignota pecadora...<br />

Mi impulso es desviarme, pasar y partir de la cubierta. No he hecho sin embargo más que<br />

detenerme. Estoy demasiado cerca para que no me haya estado viendo, para que deje de<br />

darle a la muchacha una confusión más con mi fuga.<br />

¿Qué hace aquí? ¿De dónde viene?... ¿Es que al divisarme en la cubierta ha querido volver<br />

a esconderse como abajo antes?... Quieta, la sien en la mano y en la borda el codo, mira al<br />

mar, sin esquivar de mi lado la faz pálida -como para no decir demasiado su voluntad de<br />

ocultarse-, en la actitud dolorosa de este encuentro que no deseaba ella, sin duda.<br />

Revélame, no obstante, su indolencia triste, que estaban en su pensamiento mi imagen y mi<br />

recuerdo... Simple cambio, pues, de ilusión por realidad, que la ha sorprendido poco.<br />

Sigo acercándome, esperando en su mirada un saludo. Está peinada, con su peinado de<br />

jovencilla que ella disimula anudándose en la nuca el pelo con un broche, y tiene sobre los<br />

negrísimos bucles flojos de la frente una roja anémona, y otra sobre el blanco crespón de la<br />

blusa. Entre las dos bermejas y anchas notas de sangre, su cara luce bellísima lividez<br />

morena

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