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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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apenas. Llévase a los ojos con frecuencia los gemelos, como para esconder ternuras de<br />

llanto... Me interesa vivaz la observación y veo efectivamente ante nosotros la línea desierta<br />

de las aguas, en la bahía extensísima...; sólo detrás quedan ya lejanas las costas de su<br />

acceso; una pregunta, un problema -de tortura: -«¿alza tanto el anteojo por ocultar en<br />

realidad ternuras de sus párpados... o es que sencillamente se busca más aquello que aún no<br />

se ve y que se espera?» Por la justa respuesta a la pregunta simple creo que daría años de<br />

mi vida..., y no puedo encontrarla, y me atormento... Y veo volar el buque por la bahía<br />

tranquila donde le quisiera parar... ¡Ah Sarah, Sarah, si sufres... ¡harto te está vengando el<br />

amor!<br />

Parto de aquí. Me alejo por la cubierta. Un premioso antojo de adiós a estos sitios que he<br />

recorrido con ELLA, me lleva a bajar escalas, a subir escalas, hacia la popa... Por aquí la he<br />

conducido del brazo... Ya no está la joven viuda en la cubierta de segunda, sino allá, en la<br />

nuestra, esperando el desembarco al lado de la condesa de Fuentefiel.<br />

La pobre corredera, sigue; sigue dando vueltas, y la hélice, y también mi corazón. El cañón<br />

está desenfundado, y un marinero al pie, dispuesto al disparo de arribada en cuanto divise el<br />

puerto. Contemplo largo rato cómo izan las grúas, de las bodegas abiertas, los racimos de<br />

baúles. Ya no es para volverlos a guardar, como los sábados, cuando los sacaban a fin de<br />

surtirnos de ropa las maletas.<br />

Recuerdo repentinamente que en la mía debo de haber encerrado el libro de D'Annunzio<br />

anotado por Lucía en inglés, y miro al cielo en gratitud del motivo que por fin me<br />

proporciona para hablarla. Parto como un rayo. Cruzo el barco. Llego al camarote y pierdo<br />

justa media hora en revisar el equipaje. Últimamente, hallo el libro, en la caja del ros.<br />

Subo. Es tal vez la última vez que subo esta escalera... ¡Ah, cómo me persigue horrible el<br />

concepto último... su sensación!<br />

Lucía y <strong>Al</strong>berto se han sentado con los demás, por última vez, en el sitio habitual de la<br />

tertulia. Lucía está en el centro, con la condesa y Aurora.<br />

-¡Oh Lucía! Un libro de usted. He estado a punto de robarla.<br />

Me mira, y yo no sé qué sorpresa y quizás qué miedo de doble sentido halla en mi frase<br />

ingenua. Ha sido un instante de íntimo terror de gratitud en que me ha pasado su alma. Baja<br />

los ojos y dice:<br />

-¡Ah! ¡era igual!... Gracias, Andrés.

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