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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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140<br />

perfecto mamarracho, querido relojero!<br />

Ahora sí, nos hemos levantado todos, al insulto proferido seco y fuerte...; todos, menos el<br />

relojero... que aplanado en su sillón y pálido como la paja... limítase a balbucir:<br />

-¡Ah, usted!... ¡oh, usted... dice!... no sé a qué viene... ¡yo!...<br />

-Digo -termina el tenientito retirándose-, que no le doy a usted una bofetada, porque me da<br />

asco... asco... así, literalmente.<br />

Entonces, al tornarse el jovencillo a su asiento, es cuando el relojero hace, siquiera por<br />

mínima respuesta a la indignación de los demás ante tanta vileza y cobardía, una leve<br />

intención de irse a él...; pero basta a contenerle el brazo del indio, que interviene con bufas<br />

recomendaciones de paz...<br />

Calla la reunión, vuelto cada cual a su sitio. El tenientito saca con tranquilidad la<br />

conversación del Isla de Mallorca, que va, por lo que advierto, debían de estar viéndolo<br />

éstos en el horizonte, rato hace.<br />

Mi mudo entusiasmo por la conducta de mi colega en armas, se entristece un poco, luego,<br />

cuando la trama del pensamiento me lleva a imaginar que, ciertamente, tendrá más que<br />

temer la honra de Pura en las probables contingencias de sus relaciones con este defensor<br />

audaz y caballeroso, que si las hubiese seguido con el hueco e inhábil relojero y a pesar de<br />

sus difamaciones estúpidas... Brota ante mí la triste sombra de la mujer padeciendo igual<br />

escarnio bajo el tiránico poder del caballero y del canalla, y veo por un segundo al<br />

tenientito como un símbolo de la horrenda confusión social en muchas cosas. Esto que ha<br />

mentido en intención el uno, de la hija infeliz de la madre inocente, lo hará el otro sin<br />

mentirlo y sin decirlo -y todos le seguirán estrechando la mano, allá, en Manila, cuando<br />

ellas lloren...<br />

Una congoja de menosprecio a mí mismo se me alza en el pecho con la imagen de «mi<br />

novia», y me prometo respetarla, contra toda su procacidad maligna, no menos cándida, en<br />

el fondo, que esta ingenua «pesca del marido» de estas Purita y su madre. Las citas de la<br />

biblioteca, y menos las del camarote -¡ah!, ¡qué intentaba yo!-, no deben llegar nunca, pese<br />

a<br />

mis arranques necios de ganarle en ceguedades locas a tal loca criatura.

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