Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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perfecto mamarracho, querido relojero!<br />
Ahora sí, nos hemos levantado todos, al insulto proferido seco y fuerte...; todos, menos el<br />
relojero... que aplanado en su sillón y pálido como la paja... limítase a balbucir:<br />
-¡Ah, usted!... ¡oh, usted... dice!... no sé a qué viene... ¡yo!...<br />
-Digo -termina el tenientito retirándose-, que no le doy a usted una bofetada, porque me da<br />
asco... asco... así, literalmente.<br />
Entonces, al tornarse el jovencillo a su asiento, es cuando el relojero hace, siquiera por<br />
mínima respuesta a la indignación de los demás ante tanta vileza y cobardía, una leve<br />
intención de irse a él...; pero basta a contenerle el brazo del indio, que interviene con bufas<br />
recomendaciones de paz...<br />
Calla la reunión, vuelto cada cual a su sitio. El tenientito saca con tranquilidad la<br />
conversación del Isla de Mallorca, que va, por lo que advierto, debían de estar viéndolo<br />
éstos en el horizonte, rato hace.<br />
Mi mudo entusiasmo por la conducta de mi colega en armas, se entristece un poco, luego,<br />
cuando la trama del pensamiento me lleva a imaginar que, ciertamente, tendrá más que<br />
temer la honra de Pura en las probables contingencias de sus relaciones con este defensor<br />
audaz y caballeroso, que si las hubiese seguido con el hueco e inhábil relojero y a pesar de<br />
sus difamaciones estúpidas... Brota ante mí la triste sombra de la mujer padeciendo igual<br />
escarnio bajo el tiránico poder del caballero y del canalla, y veo por un segundo al<br />
tenientito como un símbolo de la horrenda confusión social en muchas cosas. Esto que ha<br />
mentido en intención el uno, de la hija infeliz de la madre inocente, lo hará el otro sin<br />
mentirlo y sin decirlo -y todos le seguirán estrechando la mano, allá, en Manila, cuando<br />
ellas lloren...<br />
Una congoja de menosprecio a mí mismo se me alza en el pecho con la imagen de «mi<br />
novia», y me prometo respetarla, contra toda su procacidad maligna, no menos cándida, en<br />
el fondo, que esta ingenua «pesca del marido» de estas Purita y su madre. Las citas de la<br />
biblioteca, y menos las del camarote -¡ah!, ¡qué intentaba yo!-, no deben llegar nunca, pese<br />
a<br />
mis arranques necios de ganarle en ceguedades locas a tal loca criatura.