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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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192<br />

-Yo partiría, y partiría ahora con una imagen rota en mezquinos miedos: la de usted.<br />

Aquella mujer impávida que yo hubiese tenido siempre en la memoria como admirable y<br />

raro femenino paladín de todas las gallardías... ¡de todas!... de todas... incluso la de saber<br />

escuchar dueña de sí y dominada y sin turbarse ni de pasiones ni de espantos (como<br />

cualquier Sarah o como cualquier tímida) que yo, que yo, Lucía, la... la<br />

adoro...<br />

-¡Ah! -gime, tendiendo, como a acallar mi voz, una mano y doblando a la otra la frente.<br />

Gime... y llora. Ha caído pronto el brazo que me tendía, a lo largo de su cuerpo.<br />

Y eran otros gemidos más de mi ser los que iban a proferir mis labios, y no renuncian:<br />

-Aquella mujer, hubiera de quedar en mi recuerdo humana y débil, torpe o artera ella<br />

misma, para sí misma, dudando o aparentando no saber que yo no fui generoso con Sarah<br />

por nobleza y honradez... ¡No Lucía! ¡no quiero a mi vez quedar en su recuerdo con falsas<br />

galas... que usted supiera que son falsas! ¡no quiero dejar picada de hipocresías, que en la<br />

mía y en su reflexión tardasen poco en volverla odiosa, esta inolvidable entrevista de<br />

amistad... de amor, si usted lo quiere... pues que no es el amor sitio la amistad completa de<br />

toda una vida a toda otra vida... Y esa amistad total, absoluta, de cada átomo de mi carne y<br />

de mi alma, para los de su alma, y su ser... fue lo que ya en aquella noche, y más en<br />

presencia<br />

de usted, no me dejó ninguno para Sarah!<br />

Llora. Solloza. Esconde su amor o su dolor contra el pañuelo.<br />

-Ahora, ya me ha oído... lo que usted sabía. Ahora ya puedo alejarme seguro de que dejo en<br />

su alma con más verdad la impresión de mi nobleza, de mi grandeza... ¡Adiós!...<br />

Parto, y mi propósito de no mirar atrás, siquiera, se entorpece, en la semisombra<br />

perfumada, por la incerteza de en cuál silla dejaría mi gorra antes. Miro, pues, a pesar mío,<br />

y veo en el cuadro de luna la silueta blanca del fantasma de mi amor vuelta hacia mí...<br />

-¡Oh, Andrés! ¡amigo mío! -oigo que suspira.<br />

-¡Adiós!<br />

Es su voz su confesión -una caricia.<br />

Entonces, voy a ella, más lento... Llego a ella, y con sólo coronar sus hombros con mis<br />

brazos, ella cae muerta de llanto en mi hombro... mientras yo beso su pelo..., santo y

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