Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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-Vale más la pescadera, ¡qué diablo!... para un viaje. ¿Dónde andará?<br />
¡No ha subido esta mañana!... Tal vez bañándose... Aun en un fugaz lance con ella, sin<br />
contar la enorme diferencia de responsabilidades, puede uno al menos quedar tranquilo de<br />
eso tan terrible que consiste en dejar desencantada a una inocente... por culpas de lo veloz...<br />
¡Oh, en esto tiene Enrique desabridas experiencias! Es un sensual «a fondo»... Se explana.<br />
No comprende que se burle la pasión fuera de sus grandes escenarios de reposo -y él se<br />
apasionaría tal vez demasiado de<br />
Pura. La otra, en cambio, la no pura, con arrestos para el capitán y para diez en amigable<br />
concierto, es sin duda una de esas impasibles lanzadas a todos los trances de la galantería<br />
con la frialdad de un maniquí que no supiera qué hacerse en otro caso de sus galas...<br />
-Lo juraría! -añade- ¡es un leño! ¿No ve usted aquellos ojos grandes, apagados, de estúpida<br />
seriedad de ídolo cuando ya...?<br />
<strong>Al</strong>guien llega, interrumpe... Son Pascual, el señor indio y el relojero-violinista.<br />
Yo dejo al húsar con ellos, estrechando relaciones.<br />
Pero la tertulia no se normaliza hoy, con la esperanza de tierra y la atención al buque inglés.<br />
Lo alcanzamos, lo alcanzamos. A las doce leemos con gemelos claramente sus doradas<br />
letras en el casco: Ophir.<br />
Entre él y nuestro buque chispea menudamente el mar lleno de sol.<br />
El capitán sigue en el puente. Me entero al fin. No es por pasar al Ophir, sino porque no<br />
abandona jamás la vigilancia en las cercanías de costa. Habíame parecido un tanto pueril tal<br />
regata.<br />
Entro a escribirle a mi madre en la camareta de señoras, convertida en escritorio general ya<br />
que aquéllas no la ocupan, y encuentro por excepción a Charo y Sarah con Lucía. Quiero<br />
dejarlas, pero me instan y escribo en la mesa del rincón. Esta pieza aseméjase a un tranvía,<br />
con sus divanes grises, con sus ventanas altas a los cuatro lados de la cubierta, armadas de<br />
persianas y cristales. Hay en las mesas papel y tinteros, con el escudo de la fastuosa<br />
Compañía. -Sarah no cesa de observarme, y me distrae. A mi pesar oigo frases sueltas. Me<br />
invade un terror. Había yo advertido de sobra que todos tienen a bordo cerillas, menos yo, y<br />
que el húsar, contra no importa qué prohibiciones y prudencias, fuma en su litera. Ahora<br />
resulta que la condesa confiésale a Lucía que se riza el pelo con tenazas, efectivamente, y<br />
que le brinda «un poco de alcohol para las suyas...» Este alcohol ardiendo con su llamita