Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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En cambio, de que Lucía termina abajo su aria Il riso, y sube a vernos, Sarah, mi novia...<br />
¡mi novia! háceme salir. ¡Oh, tirana microscópica!<br />
Aquí estoy, fuera, temeroso más que obediente a sus gestos. Me aterra la histérica<br />
muchacha. Sería capaz de delatarle a <strong>Al</strong>berto toda su fantasmagoría celosa. Es el único<br />
peligro que tendré que conjurar: yo no puedo renunciar a mi amistad con Lucía. Domaré a<br />
la fierecilla.<br />
En sólo veinticuatro horas, resuelta, antes que por mi deseo expreso, por su antojo, al<br />
secreto de nuestro amor, ha sabido encontrar el modo de escribirme cinco esquelas, de<br />
hablarme, de tutearme lanzándome un «¡te adoro!» en el cruce de un pasillo, de<br />
estrecharme la mano contra su corazón... Y vive Dios que encima de él, ingenua o hábil,<br />
debajo de su blusa de chiquilla, supo también hacerme instantánea advertir elástica<br />
blandura cual dulce y no dudosa fe de bautismo de sus diez y seis años.<br />
¡Ah, Sarah! Es una actriz nerviosa, punzante, harto expresiva.<br />
Anoche, a pretexto de ensayar en carácter su dama del Chateaux Margaux, desapareció de<br />
la mesa y se nos presentó luego vestida de mujer, con un traje de su madre. Fue un triunfo.<br />
Yo mismo la desconocí con su peinado alto, con sus botas de tacón, con su talle<br />
mórbidamente moldeado en el corsé. Fue admirable cómo nos pareció a todos más alta, tan<br />
alta como cualquier señorita de regular estatura..., más alta que Charo... fue admirable la<br />
suelta coquetería con que manejó la falda... Y Charo, al fin, corrida un poco de que la bebé<br />
de trece años llenase mejor que ella el vestido, le prohibió terminantemente volver a<br />
ponérselo... hasta la fiesta, si acaso... ¡Qué importaba! Ya Sarita había podido sonreírme,<br />
triunfadora de la prueba solemne y terminante que me daba de no estar siendo una muñeca<br />
sino «por capricho de mamá»...<br />
-¡Bravo! ¡bravo... condesita! -habíala saludado también en dama el capitán, entrando a<br />
última hora.<br />
Hoy ha vuelto a su melena a la espalda, a su floja blusa de niña, a sus reíres aturdidos de<br />
alegría infantil que no habíamosla escuchado desde el principio del viaje. Está contenta.<br />
Luce y vuela sus ropas de martirio con el callado triunfo gozoso y casi perverso de saber<br />
que sé que dentro tiene un cuerpo de esbelteces y elegancias... No la inquietan, pues, estas