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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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121<br />

En cambio, de que Lucía termina abajo su aria Il riso, y sube a vernos, Sarah, mi novia...<br />

¡mi novia! háceme salir. ¡Oh, tirana microscópica!<br />

Aquí estoy, fuera, temeroso más que obediente a sus gestos. Me aterra la histérica<br />

muchacha. Sería capaz de delatarle a <strong>Al</strong>berto toda su fantasmagoría celosa. Es el único<br />

peligro que tendré que conjurar: yo no puedo renunciar a mi amistad con Lucía. Domaré a<br />

la fierecilla.<br />

En sólo veinticuatro horas, resuelta, antes que por mi deseo expreso, por su antojo, al<br />

secreto de nuestro amor, ha sabido encontrar el modo de escribirme cinco esquelas, de<br />

hablarme, de tutearme lanzándome un «¡te adoro!» en el cruce de un pasillo, de<br />

estrecharme la mano contra su corazón... Y vive Dios que encima de él, ingenua o hábil,<br />

debajo de su blusa de chiquilla, supo también hacerme instantánea advertir elástica<br />

blandura cual dulce y no dudosa fe de bautismo de sus diez y seis años.<br />

¡Ah, Sarah! Es una actriz nerviosa, punzante, harto expresiva.<br />

Anoche, a pretexto de ensayar en carácter su dama del Chateaux Margaux, desapareció de<br />

la mesa y se nos presentó luego vestida de mujer, con un traje de su madre. Fue un triunfo.<br />

Yo mismo la desconocí con su peinado alto, con sus botas de tacón, con su talle<br />

mórbidamente moldeado en el corsé. Fue admirable cómo nos pareció a todos más alta, tan<br />

alta como cualquier señorita de regular estatura..., más alta que Charo... fue admirable la<br />

suelta coquetería con que manejó la falda... Y Charo, al fin, corrida un poco de que la bebé<br />

de trece años llenase mejor que ella el vestido, le prohibió terminantemente volver a<br />

ponérselo... hasta la fiesta, si acaso... ¡Qué importaba! Ya Sarita había podido sonreírme,<br />

triunfadora de la prueba solemne y terminante que me daba de no estar siendo una muñeca<br />

sino «por capricho de mamá»...<br />

-¡Bravo! ¡bravo... condesita! -habíala saludado también en dama el capitán, entrando a<br />

última hora.<br />

Hoy ha vuelto a su melena a la espalda, a su floja blusa de niña, a sus reíres aturdidos de<br />

alegría infantil que no habíamosla escuchado desde el principio del viaje. Está contenta.<br />

Luce y vuela sus ropas de martirio con el callado triunfo gozoso y casi perverso de saber<br />

que sé que dentro tiene un cuerpo de esbelteces y elegancias... No la inquietan, pues, estas

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