Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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En las lejanías, fuera del apoteósico trayecto marcado en luz como para una cabalgata de<br />
nereidas, no se ve más que confusión azul, donde a ratos parecen esfumarse costas bajas<br />
sembradas acá y allá de dispersas<br />
luminarias. Luego las percibimos más distintamente, se acercan, se buscan, se angostan, y<br />
acaban por encerrarnos en verdadero canal donde apenas coge el buque. Son bordes de<br />
arena, que se ostentan bien al vívido resplandor no interrumpido de los focos -<br />
desesperadamente uniformes, desesperadamente iguales, que no se sabe además si asoman<br />
del lago como bancos, pues se siguen con líquida planicie los horizontes hasta la línea del<br />
cielo, tras ellos, a uno y otro lado.<br />
No sabemos, en fin, cómo vamos, ni por dónde vamos, ni cómo está hecho todo esto. De<br />
rato en rato una linda casa flotante, con un apartadero donde una draga se recoge, déjanos<br />
pasar... Sin duda el alba, que ya clarea, nos lo podrá decir bellamente; pero... nos caemos de<br />
sueño y de fatiga...<br />
-¡Oh por Dios, no subamos juntos! -pide el tenientito, que se siente, con póstumo pesar,<br />
novio infiel.<br />
Y se lanza el primero a la cubierta.<br />
Hemos ido llegando a la mesa a las once, en almuerzo extraordinario, él, Enrique y yo.<br />
Cuando subo con Enrique, nos sorprende el mar... un mar opaco... arena, los desiertos... el<br />
canal todavía, que ya creeríamos bien pasado.<br />
Un asombroso paisaje de sencillez austera. ¡El mar, el desierto, todo lo grande aparece tan<br />
sencillo!... Arena..., el ruedo inmenso de una plaza de toros sin plaza, cortado al medio<br />
limpiamente con una cinta de agua por donde va el buque... El canal, al sol, sin las<br />
fantasmagorías nocturnas, se parece, pues, a los regatos que hacen los chiquillos en la calle<br />
después de una tormenta.<br />
El desierto... ¡ah! el desierto es una cosa harto simple en su desolación monótona. Echo mis<br />
cuentas... babor, estribor... izquierda...: es éste el de la Arabia, entonces. Y al ir a ver el<br />
africano, al lado opuesto, me encuentro a don Lacio que me recibe delante del grupo de<br />
señoras:<br />
-¡Hombre! ¡Perdido!... ¡Conque han tenido que retrasar anoche la marcha por esperar a<br />
ustedes!... ¡Moritas! ¡moritas!... ¡qué juventud! ¡horror! ¡horror! Y así...