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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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86<br />

«Aquélla... Tiene por otro estilo una cosa peor de ovocaciones: el marido. ¿Cómo olvidar a<br />

ese pedazo de gaznápiro?... Yo me lo imagino... un burro... un burro... ¿sabe?...»<br />

«¡Ah, capitán!... A cuántas hartas de gaznápiros...» -le repliqué.<br />

«¡Ah, querido!... ojos que no ven...» -me contestó.<br />

Y yo no dudo, no eludo ya: explícame el desdén actual del capitán, a Aurora, el desencanto<br />

adquirido en la breve intimidad pasada, según él fue despojando del engaño de los cuellos<br />

la estampa bruta del conserje.<br />

Pero estas sutilezas del capitán, esta sonrisa de Lucía, que las estima indudablemente, que<br />

le oye ahora encantada contar cómo en un viaje llevó fuego en la bodega desde Quito a Río<br />

Janeiro, sin que se lo dijera al pasaje por no alarmarlo, y teniendo al fin que inundar el<br />

estanco del latente incendio con un barreno, en el puerto; estas sutilezas, esta sonrisa en que<br />

hay un poco de admiración a la serena valentía del casi viejo de barba gris mantenido<br />

heroico y ágil como un joven por su brava lucha con los mares, fúndensele esta vez en<br />

sospecha vehemente a luces menos absurdas.<br />

¿Podrá ser?... ¡Ella!... ¡Lucía!... ¿Por qué no?... Habría en ello la infamia que se quisiese,<br />

más dueña esta mujer de sí misma que otras, más consciente y responsable; mas no por eso<br />

tosca la aventura con un hombre capaz de haberla conducido romancescamente... con este<br />

romanticismo legendario y bravo de los mares...<br />

Despójome de mis rencores, pensándolo, claro es -no puedo hacer más. Sólo que mientras<br />

ella sonríe, escuchándole, a la luz perla del crepúsculo, que se acentúa esplendoroso -yo me<br />

esfuerzo vanamente por hallarla en la sonrisa, en la mirada, algo que yo no haya visto<br />

igualen<br />

sonrisas y en miradas para mí... Serenidad, confianza, tranquilo imperio,... ¡imperio que<br />

tanto le sirve tal vez para esconder su alma!... Y lo mínimo que puedo disculparle a mi<br />

rencor, es que hierva hondo en el pecho viendo el bello cuerpo, al menos ostensible,<br />

tendido en el canapé con elegancia y lineado por las ropas.<br />

Apoya un pie en la cubierta, y otro suspéndese en el aire, un poco.<br />

Córrele de uno a otro, al borde de la falda, una ligera fimbria de sedas pálidas, de encajes.<br />

Sus muñecas finas concuerdan con sus tobillos finos, y recuerdo su pierna esbelta. Dibújale<br />

un muslo vigoroso la batista. La he oído ponderar su afición al ciclismo en larga temporada,<br />

en París...

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