Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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126<br />
-«¡Pepitoóo!»<br />
-«¡Qué, mujer!»<br />
-«¡Tú no me quieres, Pepito!»<br />
-«¡Mucho, mujer... más que a mis ojos!»<br />
Igual que en tantas comedias, se juega en ésta, debajo, otra de realidad. ¿Por quién han<br />
empezado los celos? ¿Son las miraditas aquellas de la india al violinista en el piano..., las<br />
miraditas del violinista a los claros diamantes de la india, en comparación (y repeso de<br />
posibles bodas) con las pobres amatistas de a diez pesetas de la novia..., o son en la linda<br />
novia despertadas preferencias al salado y desdeñoso tenientín de cazadores?<br />
Probablemente todo junto, sin que los mismos interesados puedan ya<br />
darse cuenta más que de sus mudas rabias...<br />
-«¡Pepito!»<br />
-«Qué.»<br />
-«¡Nada, Pepito... ya debías figurártelo... que quiero un beso!»<br />
-«Bueno, mujer... otro...; es que tengo que estudiar...»<br />
-«Pues no haberse casado...; pues no haberse escapado conmigo...<br />
¡Jí... jí...!»<br />
-«Bueno, mujer... allá voy... No llores. ¡Toma!...»<br />
Y esta vez, yo creo que se lo planta en la oreja, el truchimán del teniente, -según está Pura<br />
fingiendo llorar de bruces contra el velador.<br />
Yo no lo he visto, porque ha tenido el actor buen cuidado de volverse hacia la sala... pero lo<br />
han visto, han debido verlo aquellos dos de atrás, a juzgar por su impresión: el relojero se<br />
ha levantado y ha salido de la saleta, bufando; la filipina ha abierto el abanico delante de la<br />
cara, y ríe, o no sé qué.<br />
El público aplaude.<br />
-¡Bravo! ¡bravo!<br />
Continúa el ensayo.