Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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construir nos faltase tierra. Hermosa, la población europea; pero sin carácter. <strong>Al</strong>eccionado<br />
por Lucía, a la cual acompaña <strong>Al</strong>berto, su car, seguido de todos los otros, recorre las<br />
principales calles... pasa ante<br />
los mejores edificios, la Iglesia protestante, la Logia masónica, el Palacio del gobernador...,<br />
y por el Botánico, un paseo como el Retiro, abandonado ya, a las nueve de la noche... El<br />
aire diáfano se agita en brisa entre las risas de la leve y charolada cabalgata sin caballos.<br />
Asómbranos cómo los chinos, largos y enjutos, trotan tanto, resisten tanto. No se duelen de<br />
sus piernas, trotan, trotan, lanzándose también entre ellos gritos jubilosos como relinchos.<br />
Es que el olor de las flores, el aroma plástico y meloso que ni en el buque desde Colombo<br />
nos ha vuelto a abandonar, embriaga a todos. Piensa don Lacio que están estos jacos indo-<br />
chinos compensados de la fealdad de sus mujeres con la espléndida hermosura de sus<br />
noches. Las estrellas lucen a miríadas, infinitas, como tachonazos de lumbre. Los árboles<br />
olorosos, a nuestro alrededor, están aureoleados a millones por luciérnagas con alas, como<br />
estrellas fugitivas...: el fulgor que forma este polvo volante de estrellas sobre las copas de<br />
algunos estan fuerte, que da sombra a los coches... Y óyese el rumor del mar.<br />
Por último, entre los esteros que fórmanle al parque como estanques las saladas aguas, nos<br />
vuelven a la población los chinos y nos dejan ante la escalinata de un Hotel.<br />
Todo facilidad, con Lucía. La mesa se nos sirve en un salón donde las aspas de un gran<br />
ventilador eléctrico, debajo de la araña, sustituyen con ventas: al viejo típico panká.<br />
Comemos frutas, mangostanes de una deliciosa pulpa en corona de ajos dentro de una<br />
especie de casco de granada...; lanzones como perfumados bombones de una goma<br />
exquisita...<br />
Luego, durante la cena, se alegra Charo, de champaña..., y junto a ella, frente a mí,<br />
admírame ver tan niña, tan cándida, tan absolutamente despreocupada de su Andrés, al<br />
diablito de Sarah -que bebe también, no obstante, como si se quisiera ahogar algo de la<br />
misma ansia de besos y de abrazos que me ha encendido a mí en la sangre la noche<br />
voluptuosa...<br />
La trata en pitusilla el comandante, que ahora no la enoja:<br />
-¿No has comprado una muñeca?<br />
-No. No la he comprado. China. ¡Con este correr!... Y cuando salgamos será tarde.