Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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Apártase atrás las melenas, de la sien, diciéndolo -tan inocente con el dolor de la muñeca no<br />
comprada, que nadie pudiese sospechar qué otro juego de muñeca soñaba conmigo anoche.<br />
La larga sobremesa, aquí encerrados, pasada un poco la explosión alegre de los vinos,<br />
empieza a fastidiarnos. No hay que pensar en el buque. Es la una. Saldrá al amanecer. Debe<br />
encontrarse aún en el trajín de los carbones... Y como Pura, que antes ha venido siempre en<br />
el car con el novio y que ahora vuelve a sus sandias imprudencias, vagando a su lado<br />
«distraída» se lo lleva a un gabinete contiguo, la rígida pescadera tose, y Enrique propone<br />
pasear la población, hasta la vuelta al barco. Se acepta.<br />
Otros chinos de otros cars nos toman a la puerta. Enrique monta conmigo. Sin embargo, no<br />
tratándose esta vez sino de matar el tiempo, bajamos a menudo, a ver jardinillos, fuentes...,<br />
y trocamos las parejas en los coches. He ido en un trayecto con el coronel, luego con la<br />
famosa<br />
pescadera, mantenida al lado en la perfecta corrección de su ya bien ganada señoría...<br />
Últimamente llegamos a una pagoda... Y está abierta, pese a la hora.<br />
Es un recinto de murallas, llenos sus lienzos de letras chinas. El lienzo principal rómpese al<br />
agobio de una portada en atrio que soporta una gran torre cuadrangular de cuatro cuerpos<br />
en disminución, de pura arquitectura indígena muy recargada de adornos y relieves, y<br />
separados los cuerpos entre sí por voladas cejas. Nos recibe el guardián. Dentro hay un<br />
espacioso patio donde crece a su sabor la hierba, y un templete central sobre cuadradas<br />
columnas que dejan entrada por todas partes. Sin embargo, hay que descalzarse para pasar,<br />
y renunciamos, en gracia al pudor de las señoras... no sin grandes risas de Charo al<br />
imaginar el cuadro del descalzamiento general... Y «medias también»... por el suelo, pues<br />
no hay bancos. -Vamos dando la vuelta en el interior de la muralla, investigando lo que más<br />
podemos en el obscuro laberinto de columnas, y no logramos divisar más que una cabra<br />
sagrada que come en una espuerta. Don Lacio, reclinado, le improvisa la oración:<br />
«Virgen cabra, madre de Brahma; virgen rabuda, madre de Buda, venga a nos, el tu<br />
pienso...<br />
La cabra hace:<br />
-Béeee...<br />
Entonces don Lacio se sobrecoge: ¡cómo! es cabra y bala como borrego... Las cabras, según<br />
él, hacen estremecidamente: