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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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147<br />

Apártase atrás las melenas, de la sien, diciéndolo -tan inocente con el dolor de la muñeca no<br />

comprada, que nadie pudiese sospechar qué otro juego de muñeca soñaba conmigo anoche.<br />

La larga sobremesa, aquí encerrados, pasada un poco la explosión alegre de los vinos,<br />

empieza a fastidiarnos. No hay que pensar en el buque. Es la una. Saldrá al amanecer. Debe<br />

encontrarse aún en el trajín de los carbones... Y como Pura, que antes ha venido siempre en<br />

el car con el novio y que ahora vuelve a sus sandias imprudencias, vagando a su lado<br />

«distraída» se lo lleva a un gabinete contiguo, la rígida pescadera tose, y Enrique propone<br />

pasear la población, hasta la vuelta al barco. Se acepta.<br />

Otros chinos de otros cars nos toman a la puerta. Enrique monta conmigo. Sin embargo, no<br />

tratándose esta vez sino de matar el tiempo, bajamos a menudo, a ver jardinillos, fuentes...,<br />

y trocamos las parejas en los coches. He ido en un trayecto con el coronel, luego con la<br />

famosa<br />

pescadera, mantenida al lado en la perfecta corrección de su ya bien ganada señoría...<br />

Últimamente llegamos a una pagoda... Y está abierta, pese a la hora.<br />

Es un recinto de murallas, llenos sus lienzos de letras chinas. El lienzo principal rómpese al<br />

agobio de una portada en atrio que soporta una gran torre cuadrangular de cuatro cuerpos<br />

en disminución, de pura arquitectura indígena muy recargada de adornos y relieves, y<br />

separados los cuerpos entre sí por voladas cejas. Nos recibe el guardián. Dentro hay un<br />

espacioso patio donde crece a su sabor la hierba, y un templete central sobre cuadradas<br />

columnas que dejan entrada por todas partes. Sin embargo, hay que descalzarse para pasar,<br />

y renunciamos, en gracia al pudor de las señoras... no sin grandes risas de Charo al<br />

imaginar el cuadro del descalzamiento general... Y «medias también»... por el suelo, pues<br />

no hay bancos. -Vamos dando la vuelta en el interior de la muralla, investigando lo que más<br />

podemos en el obscuro laberinto de columnas, y no logramos divisar más que una cabra<br />

sagrada que come en una espuerta. Don Lacio, reclinado, le improvisa la oración:<br />

«Virgen cabra, madre de Brahma; virgen rabuda, madre de Buda, venga a nos, el tu<br />

pienso...<br />

La cabra hace:<br />

-Béeee...<br />

Entonces don Lacio se sobrecoge: ¡cómo! es cabra y bala como borrego... Las cabras, según<br />

él, hacen estremecidamente:

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