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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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139<br />

-¡Vaya, señor!... Y como la madre no estaba...<br />

-Que no, mi comandante.<br />

-¿La madre?... ¡Bah! -vuelve a intervenir el relojero mortificado aunque habla en la alegre<br />

confidencia-. La madre no estorba, ¡qué diablo!<br />

El tenientito se agita, intranquilo... Se tose en el corro. Hay aquí lo que suele en los corros<br />

darse con frecuencia; dos impulsivos y uno que se divierte en excitarlos -y es éste el<br />

comandante. Aprovechando el silencio hostil, por malignidad o curiosidad, o por ambas<br />

cosas juntas, anima al relojero:<br />

-La chica debe ser también de oro..., y nadie como usted para saberlo, amigo.<br />

-¡Regular! -responde el aludido petulantemente.<br />

-Una mañana -insiste el comandante- le he visto a usted vagar por junto a su camarote.<br />

-¡Sí... recuerdo!...¡me saludó usted!... Pero, no, ¡nada! -añade importante y perdonador el<br />

relojero-, en los camarotes de señoras solas... no se entra... no debe entrarse... está<br />

prohibido.<br />

-Hombre bueno, ¡no digo que... tanto!<br />

Vacila, el novio desdeñado. La duda le enardece, en la atención general. Prorrumpe<br />

últimamente:<br />

-¿Tanto?... Mire usted, quizás no...; pero, quién sepa por quién; en<br />

Colombo comimos juntos... la madre, la niña y yo... Y admitido que la madre... ¡igual que<br />

una marmota!... En fin, a qué hablar, mi comandante..., ¡me da asco, asco... lo que se dice<br />

asco, de las dos!<br />

Ha hecho un movimiento, tirando la punta de un puro, cuya lumbre se esparce al choque en<br />

la cubierta, y se ha vuelto con arrogancia en el sillón, como quien definitivamente huye de<br />

indiscreciones molestas... Mas, no ha contado con que, lento, extrañamente firme y<br />

amenazador en el tranquilo aspecto de su figurita menuda, se ha levantado el teniente y le<br />

toca el hombro con dos suaves palmadas:<br />

-Conque, asco, ¿eh... amigo relojero? -le dice.<br />

-Pues, oiga... mal se compagina -añade calmando con un ademán el de los demás de<br />

levantarse-, mal se compagina, que la señorita Pura... tan despreciada por usted... le hayan<br />

mandado a freír espárragos en cuanto se me puso en la frente. La señorita Pura... Porque ha<br />

de saber usted que ella es una «señorita», en toda la extensión de la palabra, y usted... ¡un

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