Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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94<br />
-Sufre.<br />
-¿Por... qué?<br />
-¡Oh, bah!... ¡por usted! -replica dulce a mi asombro-. Usted lo<br />
sabe... Está enamorada... ¡pobrecilla!<br />
-¡Lucía!<br />
Se ha vuelto a contemplarme, en una fraternal acusación de esquivez a sus franquezas. Mas,<br />
es tal la espontaneidad de mi estupor y de mi enojo, que acababa por vacilar.<br />
-¡Cómo!... ¡De veras, Andrés, no lo había usted advertido!<br />
-¡No! -contesto ganado por su acento-. O al menos no había podido explicármelo...<br />
Detállola en seguida, con afán de entrega, lo que he imaginado con referencia al afecto y la<br />
tristeza de Sarah muchas veces: mis cortesías, su gratitud por verse tratada en mujercita...<br />
Veo entonces, contento, que<br />
Lucía ha ido interpretando igual desde el primer momento todo ello, y que no me agravia ni<br />
con sombras de creer que he tenido el propósito de ilusionar a una chicuela. Y vibran en sus<br />
frases tal solidaridad con mi hidalguía y tantas hondas piedades al hablarme de la pobre<br />
Sarah con la madre imbécil, a la cual habrá tenido que dejar por imposible don José, con<br />
todo su mundo y su talento, que empiezan a convertírseme en congoja los absurdos de tanta<br />
injuria como ha podido hacerme pensar de Lucía una horquilla despreciable...<br />
-Tengo la evidencia -afirma-, de que el hombre más sabio y de mayor tenacidad fracasará<br />
en la educación de una hija si la madre es tonta, a menos de separarlas.<br />
Llegan los concertistas, Charo, Pura, el relojero, Aurora, Enrique...<br />
No muestra Lucía inquietud de que nos encuentren solos, ni aun después del siniestro paso<br />
de Sarah -que no vienen con ellos.<br />
- XV -<br />
Boga tranquilamente el Reus, como por un anchuroso lago, frente a las costas paradisíacas<br />
que desde el amanecer nos envuelven en perfumes. Son siempre un bajo y mullido bosque<br />
de vegetación asombrosa, cuyos festones de fronda rompen airosamente penachos de cocos