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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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118<br />

no le enojo, dígamelo, escríbame por la camarera..., mande a la que le adora, a la que le<br />

adora, a la que le<br />

adora...<br />

»Déjeme decirlo una vez más, todavía... ¡a la que le adora!...SU ESCLAVA.»<br />

Guardo el pliego.<br />

Me ha invadido una emoción enorme.<br />

Trato de examinarme, y no puedo. Sobre la vibrante sacudida de mi ser, flota sólo una idea<br />

fría y suelta, desprendida de todo lo demás:<br />

«Sarah... ¡la chiquilla!», como Lucía, sería capaz, es capaz, ha escrito esta carta como un<br />

artista escritor. ¿Es una artista?... ¡Oh, bah, a sus quince anos -¡ni con sus veintitrés Lucía,<br />

en su inexperiencia!...<br />

Sarah, y Lucía, son dos mujeres de corazón, y el corazón escribe siempre en artista del gran<br />

arte. Es sin duda que los grandes artistas lo son porque son siempre y para todo lo ideal<br />

mujeres de corazón apasionado.<br />

Y lo raro es que la adquisición de esta verdad sobre la carta de Sarah, déjame tranquilo en<br />

una tranquilidad de idiota que no sabe, que no sabrá resolver nada acerca de ella.<br />

Ni lo intento, de sumo persuadido de mi torpeza.<br />

Durante un rato, veo el cordel de la corredera dando vueltas en las olas.<br />

<strong>Al</strong>zo los ojos y veo las pobres aves rojas de Colombo posadas en las crucetas, cansadas de<br />

volar.<br />

Voy, llego a la borda, y miro el humo de un buque de dos palos que apenas se divisa hacia<br />

el oeste. El sol brilla en el mar, casi redondo, de tan serena el agua, como en un charco.<br />

Diviso dos mujeres, Conversan reclinadas en la borda de la cubierta de segunda. Una es la<br />

dulce rubia, la pobre viuda; otra Lucía. La reconozco en su inconfundible gentileza, a pesar<br />

de la distancia. Mi corazón (también lo tengo) díceme de un golpe que Lucía, la amiga<br />

hermana, la mujer de corazón que tiene además tesoros de bondad y de inteligencia, es la<br />

única que podrá darme un consejo de nobleza y de bondad para esta otra pobre mujer niña<br />

que tiene nada más en su locura vehemencia y corazón.<br />

Bajo la escala, cruzo la entrecubierta y subo al lado de Lucía.<br />

Ella advierte pronto mi preocupación, y deja a la rubia, alejándose conmigo, paseando...<br />

-¡Es de Sarah! -la he advertido.

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