Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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186<br />
-dice alzándose- no podemos quejamos por cielo.<br />
En la ventana, a donde me asomo también, señala con largo ademán del brazo la inmensa<br />
bóveda azul llena de luna y de estrellas. Aspiramos brisa, infinito. Es un aire que<br />
emborracha de tibiezas y perfumes. Los árboles de la plaza tienen cada uno su aureola<br />
movediza de luciérnagas, que van, que pasan, se juntan, se dilatan, tejiendo velos de luz.<br />
Durante un rato charlamos de esta obsesión de los aromas. Yo no sé qué flores, qué plantas<br />
las tienen; las rosas, las magnolias, las sampaguitas, los cafetos... Cree Lucía que todo, los<br />
plátanos, las piñas, las mangas... hasta el vino que nos traen quizá de España en toneles<br />
olorosos...<br />
-¿Se ha fijado?... se bebe y se respira esencia. Habrá comido un plátano dacatán, color de<br />
oro, pequeñito... tan fuerte, que hay que acostumbrarse...: duda una si está mascando cold-<br />
cream... A las mujeres, aquí, yo creo que nos sobran los perfumes: huelen siempre las ropas<br />
a sándalo sin más que los roperos...<br />
<strong>Al</strong>za su antebrazo en un fugaz movimiento de comprobación para oler la sedilla de su<br />
blusa, y percibo, también en los volados encajes el olor a sándalo, a limones, a ilán, a té... a<br />
toda esta orgía cálida y perpetua de aromas orientales... Un beso, que yo no he dado aún en<br />
Filipinas, debe causar la ardiente sensación de otros labios de ascua -y diríase que hay<br />
una avidez de besos en las bocas de todas esas pálidas y abrasadas españolas que yo he<br />
encontrado en los lindos cochecillos...<br />
Mas... ¿por qué he pensado esto? ¿qué ha podido en mi pensamiento, en mi faz, adivinar<br />
Lucía, que sonríe piadosa, como perdonadora, y se entra de la ventana?... Un reloj da las<br />
once, cuando voy también a sentarme junto a ella, y me detengo...: es acaso tarde para<br />
prolongar la visita...<br />
Sólo que ella, sin contar la hora, antes de concluir las campanadas, dice con tal indiferencia<br />
de descuido: «las once» como en respuesta a mi inquietud, que cierto ya de que no la<br />
contrarío, me siento.<br />
Hay un silencio. Ambos queremos indudablemente interrogarnos de aquello que evitan<br />
nuestras curiosidades...; estamos mirándonos, en el espacio de las mecedoras frente a<br />
frente..., y ella se resuelve:<br />
-¿Y Sarah?<br />
-¡Ah, Sarah!