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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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164<br />

invitación de un jovencillo al cual puede darle desdicha sin recibir nada nuevo... ni la<br />

poesía de su pudor. -Sarah, ese jovencillo; y su pasión, vicio procaz bien limitado, bien<br />

exaltado por mi indiferencia de hombre, de «ramera», a su aparente niñez... Son iguales<br />

nuestras ansias cuando ella me las infunde con la boca... Y ambos quedaríamos<br />

probablemente en el mismo tedio después de los abrazos... Sí; noto ahora, con horror de ese<br />

alma de muñeca, que ni un momento hace preocupado del porvenir..., de boda..., de adónde<br />

iré... de todo eso que teme y trata de afirmarse siquiera en juramentos la amorosa que se<br />

entrega...<br />

Oigo la hélice, y veo su palpitación de espuma. Percibo con mi mano diestra mi corazón.<br />

Mi corazón y la máquina van moviendo en mi ser y en el buque la misma monstruosa<br />

confusión de cosas y de almas... Yo también llevo un rincón de Lucía, de altezas, en el<br />

pecho casi ridículo entre tanta escoria de la carga.<br />

Éntrame el afán de ver las máquinas, ya que no puedo mi corazón. Una curiosidad que no<br />

había tenido en veinticinco días de a bordo, cuando tantas necedades me absorbieron.<br />

Bajo a la entrecubierta.<br />

Entro en la galería.<br />

El foso de las máquinas tiene frente a un almacén su acceso, cerca de las cocinas. Paso a él.<br />

En la baranda de la escalera de hierro que va descendiendo adosada a sus paredes de<br />

cisterna, deténgome a considerar la negra profundidad. La inflada manga de lona de un<br />

ventilador baja oscilante por el hueco, desde la lumbrera de la cubierta de segunda. Abajo,<br />

entre el rojo resplandor de luces artificiales, veo una biela poderosa que hace girar un<br />

volante...<br />

Y vuélvome de pronto. Me llaman desde el pasillo. Llega a mí la vieja camarera de las<br />

cartas... con otra.<br />

-¡De parte de la señorita!<br />

Vase furtivamente la camarera, y rompo el sobre: «Esto es horrible. Ni ayer ni anteayer<br />

hablamos. Ven a la biblioteca».<br />

¡Oh, Dios!<br />

Una impresión francamente repulsiva me toma con la idea de esta chiquilla errante y sola<br />

por el barco como una gata atormentada de lujuria.<br />

Mi impulso es no ir.

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