Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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90<br />
Está Lucía en la penumbra de entre dos bombillas distantes. Inmóvil, medio tendida en un<br />
canapé, su blanca figura se alumbra y se obscurece a la luna velada y desvelada<br />
alternativamente en los estratos de las nubes.<br />
<strong>Al</strong>lá abajo no veo en esta banda más que al doctor Roque y su mujer, siempre aislados...<br />
¿Duerme o piensa? Tiene suavemente tendidos los brazos, cerrados los ojos. Si piensa, su<br />
meditación es reposada como un sueño. Si duerme, su sueño es noble como una<br />
meditación.<br />
¡Me impone su sueño reverencia! Traía la saña de odio bastante para haber podido<br />
despertarla con un beso..., y no siento de la fugitiva impulsión sino su bellaquería... Un afán<br />
de contemplarla me invade -una ansia de deplorar los errores de mujer en tan bella y<br />
delicada figura, al fulgor argénteo. Pero al reclinarme cauto en mi sillón, crujen los bejucos,<br />
y ella abre los ojos:<br />
-¡Oh, deja usted el concierto!<br />
Se han abierto sus ojos sin sorpresa, sin la menor contrariedad.<br />
-Sí. Hace calor. Creí que estaba usted con Charo.<br />
-No, no he bajado. ¿Quién canta?<br />
-Sarita.<br />
-Ah, Sarita... ¿y usted se sube?... Pobre niña.<br />
No quiero ver la relación entre su piedad hacia Sarah y mi alejamiento. <strong>Al</strong>ude Lucía por<br />
vez primera a la tristeza singular de la chiquilla. Moléstame la idea de que haya podido<br />
pensar que me divierto sadicamente en turbar a una criatura.<br />
El canto, en las notas del piano, nos llega confuso por la banda. Lo rima el sordo estruendo<br />
del agua y de la hélice. En un fuerte, se oye:<br />
«...si acabaré llorando yo que siempre reí.»<br />
Parece que sube del mar.<br />
-¿Dormía usted? -pregunto acabando de apartar de Sarah nuestra atención.<br />
-No, meditaba -respóndeme Lucía fijándose en la luna-. Dos problemas, los dos arduos...<br />
Uno, de cielo.