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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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149<br />

Arde en una cazuela una especie de aceite nauseabundo, delante del augur. Suena a golpe<br />

de gong-gong la música, que no vemos; coge el chino dos puñales, y después de rociar el<br />

piso de borujones de papeles rojos, pónese a danzar a grandes saltos.<br />

-¡Juegos de manos! -opina alguien en el grupo.<br />

-¡Sí, sí, un juglar!<br />

Pero las risas, la gozosa posesión que pronto establecemos sobre la siempre severa y<br />

silenciosa concurrencia, tórnase luego en un histérico terror de las señoras, de Purita sobre<br />

todo... El augur, furioso ya como un energúmeno, agita a cada brinco los grandes puñales<br />

por el aire, cae sobre los papeles rojos, clavándolos de un golpe sobre el piso de madera,<br />

y los va encendiendo en la cazuela, sin dejar de bailar, sin dejar de saltar, frenético,<br />

espantoso... Luego los agita encendidos, y es milagro que no ardan cien veces las túnicas de<br />

los concurrentes, el techo de reseca nipa, el suelo de viejas tablas que botan bajo los pies<br />

como teclas de piano...<br />

Y su furor aumenta. Los agudos puñalones pasan descompuestos cerca del grupo...; y una<br />

congoja, un casi desmayo de susto, al fin, de Pura, nos obliga a partir... a tomar de nuevo la<br />

escalera alumbrándonos con fósforos... Sólo ahora logra entender Lucía a los cocheros, con<br />

gran esfuerzo, ¡horror!... que es un agonizante a quien exorcisan, según el<br />

culto búdico... Debió de hacerles una gracia muy grande nuestra gozosa irrupción de<br />

turistas.<br />

Vamos subiendo a los cars. En el barullo, siento de pronto a Sarah en el mío. Un abanico<br />

que, apenas en marcha, ella deja caer hábilmente, nos detienen lo preciso para que nuestro<br />

cochero-caballo tenga ya que ir siempre tras de los otros. La orden se ha dado, al Reus, en<br />

retirada; y el designio de la chiquilla lo veo bien claro..., es decir, lo siento en<br />

plena boca (ya que no puedo verlo bien en la semioscuridad de la carretera), con el calor de<br />

la suya al beso largo, mortal, interminable... en que sus brazos me ahogan sin obstáculos de<br />

vidrio...<br />

Ésta es nuestra salida de Singapoore, siguiendo a los otros cars algo distantes, mientras<br />

trota el indio entre las varas, advertido o no advertido de los besos... ¡qué importa!...<br />

<strong>Del</strong> beso, porque no es más que uno, ansioso, sin término, en que Sarah contra mi hombro<br />

se muere...

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