Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo
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Arde en una cazuela una especie de aceite nauseabundo, delante del augur. Suena a golpe<br />
de gong-gong la música, que no vemos; coge el chino dos puñales, y después de rociar el<br />
piso de borujones de papeles rojos, pónese a danzar a grandes saltos.<br />
-¡Juegos de manos! -opina alguien en el grupo.<br />
-¡Sí, sí, un juglar!<br />
Pero las risas, la gozosa posesión que pronto establecemos sobre la siempre severa y<br />
silenciosa concurrencia, tórnase luego en un histérico terror de las señoras, de Purita sobre<br />
todo... El augur, furioso ya como un energúmeno, agita a cada brinco los grandes puñales<br />
por el aire, cae sobre los papeles rojos, clavándolos de un golpe sobre el piso de madera,<br />
y los va encendiendo en la cazuela, sin dejar de bailar, sin dejar de saltar, frenético,<br />
espantoso... Luego los agita encendidos, y es milagro que no ardan cien veces las túnicas de<br />
los concurrentes, el techo de reseca nipa, el suelo de viejas tablas que botan bajo los pies<br />
como teclas de piano...<br />
Y su furor aumenta. Los agudos puñalones pasan descompuestos cerca del grupo...; y una<br />
congoja, un casi desmayo de susto, al fin, de Pura, nos obliga a partir... a tomar de nuevo la<br />
escalera alumbrándonos con fósforos... Sólo ahora logra entender Lucía a los cocheros, con<br />
gran esfuerzo, ¡horror!... que es un agonizante a quien exorcisan, según el<br />
culto búdico... Debió de hacerles una gracia muy grande nuestra gozosa irrupción de<br />
turistas.<br />
Vamos subiendo a los cars. En el barullo, siento de pronto a Sarah en el mío. Un abanico<br />
que, apenas en marcha, ella deja caer hábilmente, nos detienen lo preciso para que nuestro<br />
cochero-caballo tenga ya que ir siempre tras de los otros. La orden se ha dado, al Reus, en<br />
retirada; y el designio de la chiquilla lo veo bien claro..., es decir, lo siento en<br />
plena boca (ya que no puedo verlo bien en la semioscuridad de la carretera), con el calor de<br />
la suya al beso largo, mortal, interminable... en que sus brazos me ahogan sin obstáculos de<br />
vidrio...<br />
Ésta es nuestra salida de Singapoore, siguiendo a los otros cars algo distantes, mientras<br />
trota el indio entre las varas, advertido o no advertido de los besos... ¡qué importa!...<br />
<strong>Del</strong> beso, porque no es más que uno, ansioso, sin término, en que Sarah contra mi hombro<br />
se muere...