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Trigo_Felipe-Del Frio Al Fuego, Ellas A Bordo

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y palmeras. «Un bosque de nardos, de gardenias, de magnolias, según se aroma el mar» -ha<br />

dicho<br />

Lucía. Y hemos comprendido el pleno Oriente, aquí.<br />

<strong>Del</strong> lado del agua, jalonan la extensión, con espaciados enormes, un monitor... un<br />

vaporcillo... un transatlántico italiano que nos muestra su bandera verde, roja y blanca...<br />

otro pequeño buque que apenas se distingue... una fragata que pierde en el azul la mancha<br />

leve de sus velas... Por tierra, grandes aves de purpúrea pluma pasan entre las gaviotas, y<br />

una ondulación suave de los festones verdes, más distantes cada vez, juega con dilatada<br />

gracia a ir fundiendo sus intensos tonos con el diáfano amatista de una barrera de montes<br />

que apenas destácase del cielo.<br />

Volvemos los gemelos a la proa, hacia Colombo.<br />

Hunde su blancor en una curva inmensa de tranquilas aguas llena de embarcaciones. Lucía<br />

busca el pico de Adán. <strong>Al</strong>berto no duda, como afirma un libro de la vieja y menguada<br />

biblioteca de a bordo, que aquí estuvo el<br />

Paraíso.<br />

-¡Si no estuvo, debió estarlo! -dice ella.<br />

Hay efectivamente algo de pérfida inocencia que emborracha de vida y de perfumes en esta<br />

isla encantadora. Conforme nos acercamos, vamos viendo a la ciudad desbordarse de sí<br />

misma en villas sepultadas por la tropical frondosidad... Y un enojo se nos causa: paramos<br />

y echamos anclas a lo mejor del camino. Esperábamos que atracaría el Reus a los muelles,<br />

llenos de buques. Pero explica un oficial: no tendremos que tomar carbón, embarcado en<br />

Aden abundante: sólo víveres, frutas frescas, agua... El espectáculo nos place. Todo es<br />

nuevo. No se parece el puerto a los europeos. El olor a limos y mariscos, es fragancia de<br />

azucenas; los barcos empiezan a acudir, así que parte la vapora sanitaria. Son estrechas<br />

piraguas de obra muerta primorosamente construida sobre un labrado tronco, que lanzan<br />

esbeltas de una banda el flotador y curvan inclinadas su vela puntiaguda. Parecen heridas<br />

aves que arrastran un ala por el mar y alzan la otra a la brisa.<br />

Trato de instalarme en una, aprovechando la confusión de mercaderes que ya invade la<br />

cubierta. He decidido visitar a Colombo sin la traba de Port-Said con las señoras. Nos<br />

colocamos treinta, de proa a popa, uno a uno en cada tabla de las que cruzan la estrecha<br />

nave como cristales de un tímpano... Parte la ringlada de viajeros.

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